El cuero está presente desde siempre en la moda, muy asociado con el estatus, el lujo, la durabilidad y el oficio artesanal. En la última década, su imagen empezó a cuestionarse con el auge del veganismo y la conciencia ambiental. Hoy, representa un dilema contemporáneo y es importante preguntarnos como consumidores: cuáles son los procesos éticos y sostenibles que realmente generan impacto, ya sea en el cuero animal o en sus alternativas.
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“Un cuero sostenible es el que se produce con responsabilidad social y ambiental”, aclara Ricardo Callejas, director de Curtiduría Tungurahua. Una empresa que realiza todo el proceso completo, desde el remojo, donde las pieles se limpian e hidratan, pasando por el pelambre, el curtido –donde se estabiliza la piel con sales de cromo que impiden su descomposición y le otorgan resistencia–, hasta el recurtido, teñido, engrase y acabado. Cuando trabajan con cuero en estado wet blue o semi-curtido, reducen el uso de agua y el impacto ambiental, al omitir las fases iniciales.
El 98 % de los químicos que emplea la Curtiduría Tungurahua son biodegradables e importados de Europa, cumpliendo con las normas ambientales más exigentes del sector. Además, este negocio ambateño trabaja constantemente en reducir al mínimo sus residuos: el pelo retirado durante el pelambre se reutiliza para producir fertilizantes, el cebo se transforma en aceites y los residuos de piel se destinan a la elaboración de colágeno y a la industria de la gelatina.
Más allá de lo técnico, Callejas invita a una reflexión: el cuero no nace de la moda, sino que es un subproducto de la industria alimenticia. “Si las curtidurías no existieran, millones de pieles terminarían desechadas, generando una contaminación terrible”. Desde esa perspectiva, el trabajo del curtidor se convierte en una forma de reutilizar un material que ya existe, prolongando su vida a través del oficio y la transformación.
Esa misma visión de circularidad impulsa a Theodora, una marca ecuatoriana que hizo del cuero su lenguaje principal. Su cofundadora, Fernanda Marcondes, señala que decidieron trabajar con esta materia prima porque tenían clara su visión y su propuesta de valor: “ofrecer productos atemporales, minimalistas y funcionales”.
Ellas trabajan bajo los principios de la economía circular, utilizando cuero proveniente de animales que ya forman parte de la industria alimenticia. De esta manera, evitan generar nuevos residuos. Su compromiso con la trazabilidad se refleja en su alianza con la Curtiduría Tungurahua, donde se aseguran que cada proceso cumpla con estándares ambientales y sociales.
Al crear sus productos versátiles, funcionales y minimalistas, buscan diseños que acompañen a las personas a lo largo de su vida. No se enfocan en tendencias, sino en accesorios de calidad, que resistan al tiempo. “Las nuevas generaciones son más exigentes y tienen conciencia sobre el uso de productos y marcas”, enfatiza Marcondes, quien añade que “quieren saber de dónde proviene, cómo se fabrica, quién lo hace y en qué condiciones”.
Desde Theodora, reconocen que las alternativas vegetales –como el cuero de cactus o de micelio (hongo)– todavía se encuentran en proceso de desarrollo y enfrentan limitaciones en temas de calidad, duración y accesibilidad.
Mientras unas marcas apuestan por preservar y perfeccionar los procesos tradicionales, otras decidieron replantear todo desde su origen.
Esa búsqueda define a Melissa, la marca brasileña que desde sus inicios eligió un camino distinto: crear un material propio, 100 % vegano y reciclable, sin renunciar al diseño ni a la durabilidad. María Isabel Miranda, gerente nacional de la marca, nos invitó a conocer Melflex, una materia “reciclable, creativa, accesible y sostenible”. Está compuesta por resina termoplástica, plastificantes y elementos tanto preconsumo como posconsumo, reforzando su compromiso con el ciclo responsable de los materiales. “Estamos orgullosos de estar certificados por The Vegan Society, una de las instituciones más respetadas y rigurosas del mundo para productos veganos”, comenta Miranda.
La marca está en un constante proceso de investigación y evolución, explorando alternativas sostenibles como: la cáscara de arroz, la cáscara de coco y la resina de caña de azúcar.
Uno de los mayores retos de estos materiales suele ser la resistencia y la comodidad, pero –como manifiesta– Miranda a Harper’s BAZAAR Ecuador, ese desafío ya fue superado. “Melflex demuestra una excelente durabilidad. Muchos de nuestros zapatos, lanzados hace más de una década, aún parecen nuevos”. La esencia de Melissa se basa en expresar belleza y conciencia al mismo tiempo, reinventándose constantemente y demostrando todo lo que se puede crear desde cero. “El diseño es el vínculo entre la creatividad y la responsabilidad. Es la forma en que transformamos el plástico ordinario, en algo extraordinario”.
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En la actualidad, existen materias que nacen en lugares, fábricas y marcas diferentes, pero la verdadera sostenibilidad no está en elegir una sobre otra, sino en entender los procesos que hay detrás: la huella ambiental, el origen de la materia prima, la transparencia del fabricante y el tiempo de vida del producto.
La conciencia verde depende de nosotros, de cómo consumimos. No se trata de comprar solo de un lado o del otro, sino de aprender, cuestionar y elegir con responsabilidad. Porque si algo es seguro, es que ningún componente será sostenible si se consume en exceso. (I)