El 20 de mayo de 2025, Daniel Chong pensaba en lo que iba a pasar el día siguiente. Al hacerlo se descubrió mirando hacia atrás y tuvo una conciencia del camino recorrido. En cuestión de horas iba a conocer al presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, porque lo habían invitado al Palacio de la Moncloa, junto a otros cuatro jóvenes migrantes que desarrollaron su trabajo creativo en España, para celebrar el Día Mundial de la Diversidad Cultural para el Diálogo y el Desarrollo.
Daniel conversaba con su madre, Maritza Salcedo Fuentes, y la pregunta fue clara: “Mamá, ¿tú te puedes imaginar?”. Y no, no era escepticismo. “De Sauces 9 (barro guayaquileño) a que me invite el presidente a conocerlo y a darnos un reconocimiento por hacer bien las cosas”, se respondió a sí mismo. Ese 21 de mayo de 2025, durante el saludo, Sánchez le dijo: “Hay muchas mochilas tuyas aquí en la Moncloa, qué bien te va”. Daniel Chong sonríe, en una entrevista con Harper’s BAZAAR Ecuador: “Lo primero que alguien piensa es que seguramente mintió y que le dijeron que yo hacía mochilas, pero no lo creo. Al menos yo sí noto enseguida cuando alguien es falso, mentiroso, cuando quiere quedar bien”.
No ha pasado mucho tiempo desde esa reunión y Daniel Chong reconoce su significado: “Para mí es saber de dónde vengo y es muy gratificante”, comenta con ese dejo español en su acento, que revela sus 15 años por allá. Lo hace desde su atelier, ubicado en el céntrico y trepidante barrio de Lavapiés, en Madrid.
Su nombre es más que su nombre, es su marca. Daniel Chong es sinónimo de mochilas cuadradas —un modelo completamente revolucionario para el terreno de la moda—, de bolsos y accesorios con diseños únicos, llenos de colores, texturas y formas que los vuelven identificables a primera vista. Sus inquietudes se extendieron a la creación de ropa urbana, con una conciencia importante hacia la sostenibilidad.
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Todo empezó con una mochila en Pamplona
Daniel llegó en 2010 a España luego de vivir seis años en Argentina, donde estudió Comunicación y Audiovisuales en la Universidad de Palermo, una formación determinante en su vida como creador. “Lo que más me pesaba cuando llegué era yo mismo”. En Pamplona vivía en casa de su madre y él sentía que no estaba en un buen momento: “Odiaba pedirle que me dejara cinco euros para irme a tomar unas cervezas con mis amigos?’. Porque era como ‘me has pagado una carrera, he vivido en otro país y de repente vuelvo a tu lado a decirte: no tengo nada’. Era duro”. Desde luego, Maritza nunca le reclamó nada.
Ese peso en él se resolvió a través de la creatividad. Su madre tenía un taller de costura y, estando ahí, Daniel decidió darle una oportunidad nueva a la creación. “Yo cogía retales de telas, lo que le sobraba, lo que tenía guardado y hacía diseños distintos, bolsas un poco más elaboradas y recorría las tiendas de Pamplona con una bicicleta superchula. No tenía nada que perder”.
Hablaba con los propietarios. Les mostraba lo que hacía y les pedía que las pusieran en la vitrina y que, si las vendían, le dieran la mitad. “Les contaba que estaba probando cosas y que quería ver si funcionaban. Unos me respondieron: ‘Venga, no voy a perder nada por ponerlo aquí’. Otros me dijeron: ‘Quita, no quiero saber nada’, y ¿qué crees, tío?”, pregunta sin dejar de sonreír.
Iba a fin de mes con la idea de no haber vendido nada, pero la realidad lo agarró del cuello: “Llegaba y me decían que querían más porque a la gente les encantaban”. Daniel sabía, y sabe, cómo hacer clic con los gustos de compradores; así que con las cuatro tiendas que recibieron sus primeras creaciones, hacía un dinero para ir por más material.
Volvió emocionado donde su madre: “¡Las he vendido todas!”. Lo de Maritza siempre fue el apoyo constante. Y así, él se colocó en la parte de atrás de su taller y siguió elaborando sus bolsos y mochilas. Pasaron algunos años hasta que dio con el modelo que lo cambió todo.
“Esta mochila es ligera, plana, minimalista, pero con detalles que ejemplifican la búsqueda entre estilo y funcionalidad”.
La mochila Slim es parte de su inventario y es el emblema de su marca. Cuando la terminó, supo que ese era el modelo que se iba a vender, el que iba a gustar. Esta mochila es ligera, plana, minimalista, pero con detalles que ejemplifican la búsqueda entre estilo y funcionalidad. Llevó las primeras 20 a una feria de diseño en Pamplona, abierta de sábado a domingo, de 10:00 a 19:00. El primer día, a las 13:00, ya había vendido todas. Permaneció despierto esa noche e hizo 10 más. Las volvió a vender todas.
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“Eran mochilas en una época en que no estaban de moda, las que había eran muy escolares o deportivas. Y yo quería hacer una mochila que sea versátil”. El gran hito de la marca es haber vendido 100.000 mochilas…
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