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No es una exageración decir que las girlbands moldearon mi personalidad. Crecer como preadolescente en un pueblo bucólico pero monótono del campo de Kent hizo que la llegada de las Spice Girls fuera lo más emocionante que había ocurrido desde que Gary Barlow escribió la letra de Never Forget. Las escuché antes de verlas: Wannabe no se parecía a nada que hubiera oído. Era ruidosa, descarada e incluso algo impertinente, todo aquello que las niñas y las mujeres recibíamos la instrucción de no ser. Geri era mi favorita. A pura fuerza de voluntad se convirtió en una de las mujeres más reconocibles de la música. 

Bocona, apasionada y desafiante, Ginger Spice fue mi puerta de entrada al feminismo

Tal vez no fuese una versión especialmente elaborada de los derechos de las mujeres, pero para una niña de 10 años era un inicio.

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Mis tres mejores amigas de la primaria se vestían como distintas integrantes del grupo según nuestras personalidades. Mi mamá no me dejó comprar una réplica del icónico minivestido de Union Jack de Geri, así que llevé una versión en top halter con pantalones cortos y unas imitaciones de las Buffalo que encontré en el mercado de Folkestone. Usé una máscara de cabello para teñirme mechones de color rojo jengibre y sombra azul brillante. Me sentía absolutamente radiante; no se trataba de verme bonita o delgada —aunque las Spice Girls encajaban en esos estándares limitados de belleza)—, sino de sentirme fuerte, auténtica y libre. 

Mirando atrás, resulta interesante que copiar tan abiertamente a alguien más me diera permiso de ser yo misma. Aunque me devastó su salida del grupo, mi devoción por Geri continuó durante su carrera en solitario. Cuando el conservador Julian Brazier —exmiembro del Parlamento del Reino Unido— criticó a la exSpice por ser “vulgar” después de que apareciera saliendo de una vagina inflable en los Brit Awards de 2000, a mis 12 años le escribí una carta a la Canterbury Gazette defendiéndola, en lo que se convirtió en mi primer texto publicado. La precocidad de aquello hoy me incomoda, pero la verdad es que me identificaba con ella.

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No fueron solo las Spice Girls las que adoraba. Usé un par de pantalones cargo verdes porque creía que Melanie Blatt era la mujer más cool que había existido y You Can Make Me Whole Again, de Atomic Kitten, se convirtió en la banda sonora de mi primer desamor. Mi primer concierto fue para ver a Mis-teeq en el Winter Gardens de Margate, y escuché Overload, de las Sugababes, tantas veces que aún recuerdo cada palabra. Girls Aloud irrumpió justo cuando mis amigas y yo empezábamos a ir a clubes, y Sound of the Underground era el temazo alrededor del cual bailábamos con nuestras bolsas en el centro. 

Para millones de niñas, mujeres jóvenes y—no lo olvidemos—muchísimos niños también, los grupos femeninos nos enseñaron el valor de la solidaridad entre mujeres y cómo sentirnos bien en nuestra propia piel. Lo esencial es que estas bandas hicieron que las jóvenes se sintieran poderosas, algo que sigue siendo profundamente necesario incluso décadas después.

Todo esto convirtió a Girlbands Forever, el documental de tres partes de la BBC, en una propuesta tan absorbente —¿por qué dejamos de escuchar a Mis-teeq y AllSaints?—. Nostálgico y sustancioso, es un recordatorio de la edad dorada de las bandas de chicas.

Aunque a menudo eran productos creados por la industria, estos grupos compartían algo esencial: eran caóticos, ruidosos y tenían una química increíble. Había poder en ver a estas pandillas de mujeres juntas. La mayoría no venía del dinero; de hecho, las bandas femeninas de los 90 fueron, con algunas excepciones —Victoria Beckham incluida—, en su mayoría de clase trabajadora. Había peleas entre integrantes, pero los grupos más exitosos estaban formados por buenas amigas que corrían de un lado a otro juntas. 

Las mujeres jóvenes se identificaban con eso; aún lo hacen. Solo hay que mirar el auge —aunque más pulido— de las superbandas de K-pop como Blackpink, Le Sserafim, Twice y Katseye.

La narrativa está cambiando, pero en un mundo que insiste en que las relaciones románticas son lo más valioso, los grupos femeninos sostienen que existe un enorme poder en la amistad entre mujeres: nuestros aquelarres pueden ser nuestros grandes amores.

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Tim Roney, Getty Images.

All Saints fotografiadas en 1997.

Quizá no sorprenda, considerando lo misóginos que hoy sabemos que fueron los años 90 y 2000 para las celebridades femeninas, que el documental producido por Louis Theroux revelara que las mismas mujeres que nos dieron tanta seguridad estaban viviendo situaciones terribles. La intromisión de la prensa resulta escalofriante —Kerry Katona rompió en llanto solo de recordar lo que vivió—, pero el trato que recibían estas estrellas del pop cuando quedaban embarazadas fue inhumano. 

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El mánager de Melanie Blatt le aconsejó abortar cuando anunció que tendría un hijo, y cuando un médico recomendó a Natacha Hamilton, de Atomic Kitten, tomarse entre seis meses y un año de descanso para recuperarse de una depresión posparto, sus jefes le dieron dos semanas. Perrie Edwards, de Little Mix, habla de cómo el acoso en redes sociales destrozó su salud mental, provocándole ataques de pánico frecuentes y, finalmente, su hospitalización. Su compañera Jade Thirlwall se sinceró sobre el estrés en una entrevista reciente con Harper’s BAZAAR: “Era despiadado. Siempre estabas en una cuerda floja del éxito. Si salías del Top 10, había muchas razones para preocuparse. Miro atrás a momentos en los que éramos enormes, antes de que saliera Get Weird, y tuvimos una gran pijamada, todas llorando: ‘Si esta no es una canción del Top 10, nos van a despedir’”.

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Jem Mitchell.

Como era de esperar, ninguna de estas bandas sobrevivió. Hemos tenido innumerables giras de reencuentro, pero ninguna estuvo dispuesta a volver a someterse a esa presión extrema y a ese acoso constante. Hoy estamos entrando en una nueva era de pop femenino: West End Girl de Lily Allen es uno de los álbumes más crudos y viscerales de la última década. El Eras Tour de Taylor Swift rompió récords a nivel mundial. Olivia Rodrigo fue una de las cabezas de cartel en el Glastonbury de este año, y Lola Young y Sabrina Carpenter figuran entre las nuevas artistas más vendidas. Las chicas están en la cima, pero únicamente como solistas. Las girlbands, con toda su desfachatez y glorioso desorden, están —al menos por ahora— fuera de escena.

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Roberta Parkin, Getty Images.

Atomic Kitten en su formación original, Liz McClarnon, Natasha Hamilton y Kerry Katona, en 2000.

El estrellato estratosférico de las girlbands de K-pop demuestra que el apetito sigue ahí. Estas princesas del pop, pulidas hasta el mínimo detalle, entregan música pegajosa, gran coreografía, atuendos impecablemente estilizados y una energía optimista y empoderada. Las compositoras y los compositores están gravitando hacia ellas: Thirlwall ha creado música para Twice, y Better Things, el sencillo de 2023 de Aespa, fue escrito por la cantautora británica Raye. 

Como ocurre con los mejores grupos, las fans pueden elegir a su integrante favorita según la personalidad que más se les parezca. Tienen una química fantástica y parece que realmente se preocupan unas por otras. Se ven fuertes pero cercanas, componentes esenciales en el éxito de cualquier grupo.

Sin embargo, no todo es sencillo. Según el libro de investigación K-pop: Idols in Wonderland, hasta ocho de cada 10 aprendices femeninas de K-pop dejan de menstruar debido a dietas extremadamente restrictivas, informa The Korea Times.

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La banda de K-Pop Twice en el escenario en Seúl en 2019.

Las tendencias musicales van y vienen, y quizá ahí radique la ausencia de un gran grupo femenino de pop: nuestros gustos han cambiado. Pero tal vez sean las propias mujeres quienes ya no quieren ser marionetas en una industria que sigue estando, en gran medida, dirigida por hombres. En una era de música autopublicada, ¿quién querría ser empaquetada y vendida de forma brillante y cargada de género? Volar en solitario ofrece libertad y cierto grado de autonomía.

Quizá suene anticuado y provenga de un lugar de nostalgia, pero si el gran grupo femenino se ha extinguido, no las culpo por bajarse del escenario… aunque sí las voy a extrañar. Importaron no solo para la cultura pop, sino para cada preadolescente de cabello encrespado que practicó coreografías y encontró su voz a través de las mujeres que estaban en el centro de todo.

Este artículo salió originalmente en Harper's BAZAAR Reino Unido.