La primera canción del disco es la prueba de que Álex Alvear llega y conmueve con sus composiciones. Ma no es solo una canción para su mamá, Anne Lalley, es un homenaje cariñoso con el que todo oyente se identifica. Un sentimiento que fluye a lo largo de las 12 canciones que integran Amor peregrino.
En una segunda estrofa de la canción, canta —con una voz que se sostiene en un tono plagado de dulzura—: “perdón por no acabar a tiempo esta canción. Tu ausencia se me adelantó. Fugaz eternidad que el tiempo nos negó. Soñé que al escucharla sanarías y en ella vives hoy”. Hay que dejarse llevar por lo que aquí se produce.
Esto es algo que se va a repetir varias veces en este trabajo, que lleva la firma de uno de los músicos más importantes de Ecuador. Porque hablar de Álex Alvear es hablar de un derrotero singular que forma parte de la historia sonora del país. Durante su juventud, fue miembro fundador de Promesas Temporales, uno de los grupos referentes de lo que se hizo en el país en los años 80. Luego viajó a Estados Unidos, donde permaneció por 30 años, y a su retorno, volvió a sonar de la mano de proyectos como Wañukta Tonic, Mango Blues, Frailejones y El Grooveo.
El peregrinaje al que hace referencia el título del disco tiene que ver con el hecho de ser hijo de un ecuatoriano y de una estadounidense. “Yo he migrado, he vivido fuera del país, he vivido en muchas situaciones —explica Alvear, haciendo un resumen exageradamente rápido de su vida— y sé que la migración te marca. Es imposible que no te transforme”.
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Y aquello se siente en su propia vida. Fue el chico blanco y rubio que creció en el centro de Quito —“yo era casi albino”, dice—, considerado el gringo del grupo de amigos. Además, en su adolescencia, la policía de migración lo detenía para pedirle el pasaporte. Su paso en Estados Unidos, donde trabajaba en una organización latina y tocaba música de la región, significó estar en otro espacio de no pertenencia. “Ni bien abría la boca, me decían: ‘detecto un acento, ¿de dónde eres?’ Entonces, otra vez, me sentía extranjero”.
Esta sensación se manifiesta en sus composiciones. Y en su trabajo solista tiene una forma particular de aparecer, ya que mientras en sus producciones con banda hay un sentido más explosivo, casi como un grito, cuando hace lo suyo propio el resultado es como un susurro, algo más personal. “Mi trabajo solista es puntual en el sentido de que tiene un objetivo superclaro, que es mi conexión con la música tradicional”, dice a través de una videollamada desde Guayaquil, la ciudad en la que vive en la actualidad.
Lo que hace un productor
Amor peregrino, su segundo álbum solista tiene un sentido de viaje. Hay algo muy profundo y personal aquí. Es una especie de continuidad de lo que fue el EP Pasillo infinito, que lanzó en 2024. Es más, los seis temas de esa producción anterior se incluyen en este disco que se publicó el pasado 23 de octubre. Se podría decir que Amor peregrino es una versión mucho más profunda y completa del EP que apareció hace un año.
Esta es una producción que se trabajó en la pandemia. “Nos tomó un par de años, no necesariamente porque estuvimos trabajando intensamente, sino porque Miguel Sevilla —músico y productor— tiene muchas otras responsabilidades”. Él es, a su vez, parte fundamental de la escena musical de Ecuador, tanto como integrante y director musical de Rocola bacalao, como por su rol como productor de trabajos de compositores e intérpretes reconocidos del país. Lo de Alvear es un proyecto que tiene una impronta muy particular.
Y sin Sevilla, nada sonaría igual. Así como todo es nítido y se percibe una convicción de que cada cosa está en su lugar, es posible descubrir una sensibilidad electrónica en un trabajo lleno de pasillos y sanjuanes. “El uso de texturas electrónicas se lo debo 100 % a Miguel, que maneja muy bien las máquinas. Siempre digo que es un científico loco que está ahí conectando cables y moviendo botones”.

Se conocieron mientras Alvear tocó en el disco Nubes Selva, de Grecia Albán, producido por Sevilla. “Trabajamos un buen tiempo y fue una linda experiencia. Miguel es un tipo pro, rápido, vivo y abierto. Probamos un montón de cosas y no hubo roces. Todo fue belleza y armonía total. Me gustó tanto la experiencia que antes de que terminemos lo de Grecia, le dije: ‘brother, tengo un material que vendría a ser una suerte de Equatorial 2 y me encantaría trabajarlo contigo’”, recuerda Álex. Equatorial es su primer álbum solista, que lanzó en 2007.
El proyecto se realizó con intermitencias, en función de la disponibilidad de los participantes. “Fue un trabajo muy de joyero, de poquito a poquito”. No hubo apuro en terminar Amor peregrino, solo necesidad de conseguir que las canciones estuvieran bien, o como dice el propio compositor: “era puro afán”.
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Inicialmente fueron 11 canciones, pero en el proceso de grabación apareció la doceava, Pasillo infinito. Entre Alvear y Sevilla hubo un espacio de diálogo, que significó cambiar estructura de canciones, así como crear interludios o partes para otras. En casos como el de Semillita, ya estando grabada, Álex y la cantante Grecia Albán hicieron una pequeña gira en Francia y la tocaron, acoplándola al looper —efecto para repetir partes de un tema— que ella usaba y eso agradó al productor, que les recomendó grabar esa nueva versión.
“Cuando trabajas con un productor tiene que ser una persona que te conoce muy bien, que conozca tu obra y que te cache. Así, todo lo que aporta no viene desde el ego, sino de la entrega absoluta al producto final”.
De colaboraciones y otros colores
Amor peregrino viene acompañado de un grupo de colaboradores, en su mayoría ecuatorianos. Músicos con los que Alvear ya ha tocado antes y con quienes hay una cercanía que se refleja en lo que consiguen sus participaciones. Sobresale lo que hacen con las cuerdas la gente de InConcerto, por ejemplo.
En los vientos está Curi Cachimuel —del ya legendario grupo Yarina y de Runa Jazz— definido por Alvear como “un prodigio”. Le envió unas ideas melódicas específicas para los temas Samay —compuesto para su nieta— y Mama Cotacachi; y lo que recibió a cambio le voló la cabeza: “me regresa Samay con seis tracks diferentes, no solo con el quenacho que yo quería, sino con quenas, payas y con rondador y se inventó unas partes preciosas. Esas son las bendiciones que te da trabajar con gente tan linda, tan generosa y creativa”. En las voces lo acompañaron Ana Cachimuel, Grecia Albán y Gerson Eguiguren. Julio Andrade tocó la guitarra, Raimón Rovira estuvo en el piano, Ata Coro en el bandolín y la guitarra y el colombiano Antonio Arnedo en vientos.
El sábado 25 de octubre, Alvear presentó Amor peregrino en vivo, en el Teatro Nacional Sucre, en Quito. En un show que contó con 18 músicos en escena, algo que no había hecho antes. “Es un show complejo. No son canciones difíciles, pero costó mucho. Mi analogía es como que si tú tienes a Ronaldo, a Messi y a todos los cracks del mundo en un equipo que nunca ha jugado junto y que no se entiende, pueden meter goles, pero no van a operar como una máquina”.
“En la música es indispensable que el equipo esté cohesionado, completamente enfocado y que entienda la visión y el propósito. Entonces con limitaciones de tiempo —para los ensayos— se vuelve muy complicado, pero valió la pena”. El show tuvo una particularidad, algo nuevo para Alvear: el uso de pistas. Como Miguel Sevilla no vive en Ecuador, esa fue la manera que encontró para que sea parte del concierto. Y eso ha determinado lo que sería tocar en vivo estos temas en el futuro, porque una gira para 2026 no se ha descartado.
“Las canciones deben sobrevivir su entorno y pararse solas como sea y, como ya aprendí que las pistas no son el enemigo, podríamos hacer algo con un formato más chico y moverlo", concluye Álex Alvear, como un acorde final de pasillo. (I)