Hace unos meses viajaba con una amiga y su hija de apenas dos años. A esa edad, ya sabía desbloquear un celular, abrir YouTube y elegir sus programas favoritos. Aunque aún no pronunciaba más de cinco palabras, podía contestar una llamada con un firme: “¿hola?”
Cada generación tuvo su acercamiento a la tecnología: mis padres con las primeras computadoras; yo con un Motorola de pantalla verde y luego con el famoso Nokia. En cuestión de algunos años pasamos de tener un par de juegos básicos y una cámara de baja calidad a dispositivos capaces de conectar —y aislar— al mismo tiempo.
Si a nosotros, los adultos, nos cuesta reconocer el nivel de apego que generamos por estos dispositivos, ¿cómo los más pequeños del hogar lo pueden controlar? ¿Esto afecta su proceso de crecimiento?
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Ana Fernández Salvador, psicóloga infantil y asesora de crianza, explica que el consumo de pantallas por tiempos prolongados puede impactar a corto y a largo plazo en la vida de los niños. El celular, la tablet, la computadora… sobreestimulan y desencadenan una liberación de dopamina en el cerebro, que genera una gratificación inmediata que puede volverse adictiva. “Afectan al desarrollo y alteran el comportamiento. Reducen los niveles de concentración, atención, autorregulación o paciencia; y aumentan la irritabilidad”, describe la profesional. En muchos casos aparecen conductas como: morder, empujar o golpear.
Esta sobreexposición también altera procesos neurocognitivos. Más allá de los problemas de conducta, puede generar retrasos en el habla, dificultades en la gestión emocional y, a largo plazo, trastornos del sueño, terrores nocturnos o problemas para desarrollar interacciones sociales de calidad.
Para el psicólogo infantil Neil Dueñas, este incremento del uso de tecnología en la crianza inició durante la pandemia del Covid-19. “Las pantallas han estado desde el boom tecnológico. Pero, considero que, globalmente, nos dimos cuenta de esta problemática cuando, en el aislamiento, observamos a nuestros niños por horas en las pantallas”. Asimismo, señala que esto se sumó al fenómeno de la “niñera virtual”.
En una vida acelerada, muchos padres encuentran en los aparatos digitales una ayuda rápida para calmar una rabieta o entretener a sus hijos. Cuando se convierte en hábito, afecta su desarrollo y la forma en que procesan emociones. Ambos profesionales concuerdan en que entregar un celular, en vez de dejar que el niño llore o exprese lo que está sintiendo, no permite una autorregulación natural, la reprime; lo que se traduce en un mal manejo de situaciones en su crecimiento.
“Como psicóloga y como mamá soy muy consciente de que en la crianza tiene que existir flexibilidad y que hay ciertos momentos en donde vamos a tener que usar pantallas como salvavidas. Pero no debemos convertirlo en un hábito”, comenta Fernández Salvador.
Ser madre es una hazaña de todos los días. Lo veía con mi amiga y su hija. La mayoría de las responsabilidades de cuidado recaen sobre ella, que además trabajaba a tiempo completo y debe movilizarse con sus dos niños. En este contexto, es entendible que recurra al celular como apoyo. Cuando la rutina se vuelve abrumadora y los llantos son intensos, no siempre hay tiempo para contener. Mucho más cuando el adulto también intenta autorregularse. En esos escenarios, donde las pantallas parecen inevitables, ¿qué medidas recomiendan los expertos para cuidar a los más pequeños?
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Contenido de calidad
El tipo de series, videos o películas que compartimos con los infantes importa. ¿Qué mensajes quieren transmitir? ¿Qué temáticas se tocan en cada episodio? ¿Son aptos para la edad de mi hijo? Estas son algunas preguntas que los padres deben tomar en cuenta antes de mostrar un contenido. De igual manera, no deben ser sobreestimulantes, es decir, evitar transiciones y cambios rápidos en las imágenes, sonidos inesperados o efectos lumínicos fuertes.
Los psicólogos recomiendan series como: Plaza Sésamo, Daniel el tigre o Bluey, la cual ha escalado su fama en redes sociales por basarse en principios de crianza respetuosa, regulación emocional y aprendizaje socioemocional. Esta producción incluye mensajes claros de resiliencia y resolución de conflictos.
Supervisión y participación de padres
Además de escoger el contenido, Dueñas manifiesta que es importante que el adulto dirija y participe mientras se utilizan los dispositivos. “Puedo tener a mi hijo en el car seat, mientras voy conduciendo, e interactuar con él sobre lo que está viendo. Así este tiempo es una actividad grupal, donde se procesa y se reflexiona".
No es recomendable dejar a los niños solos con las pantallas. Los profesionales indican que puede ser riesgoso el uso sin supervisión de aplicaciones como: YouTube Kids, ya que no todo está curado. Existen casos donde videos para adultos o con mensajes sobre suicidio o agresión pasan como producciones para menores de edad.
Límites y tiempo de pantalla
¿Cuánto tiempo de pantallas es el correcto? De acuerdo con Dueñas, la recomendación de la Academia Americana de Pediatría es que para niños de 0 a 18 meses se evite por completo la exposición, salvo en ocasiones como videollamadas. De los 18 a 24 meses, si se introducen dispositivos electrónicos, debe ser con presencia activa del adulto y una selección curada. Para infantes de dos a cinco años, máximo una hora diaria; y de seis años en adelante se recomienda limitar el tiempo de una a dos horas diarias como máximo.
El espejo de los padres
Para Fernández Salvador, el primer cambio inicia desde los padres y lo que muestran a sus hijos: “los niños nos ven a nosotros todos los días consumiendo pantallas. La clave está en fomentar tiempo de calidad. Así aprenderán que la tecnología se usa con límites y que, al llegar a cierta edad, es solo una actividad más”. Ahí recae la importancia de tener actividades sensoriales como: armar un libro, pasear al aire libre, pintar, tocar diferentes texturas, entre otros.
Dueñas concluye que no debemos satanizar a los dispositivos electrónicos, con un uso correcto, pueden convertirse en una herramienta para apoyar al aprendizaje y la crianza. Está claro que no desaparecerán de nuestra vida, pero la clave está en el equilibrio y, sobre todo, en el ejemplo: antes de aprender de un dispositivo, los niños aprenden mirando a sus padres. (I)