En algún momento, en los últimos años, la obsesión de la moda por el brillo empezó a perder fuerza. El stiletto, antes símbolo de feminidad y ambición implacable, ha sido desplazado silenciosamente. ¿Qué lo reemplazó? Zapatillas de espuma con formas de reliquias alienígenas, zuecos de goma que antes se usaban solo para jardinería, y sandalias que parecen sacadas del armario de un abuelo europeo en un retiro de spa.
Lo que antes se consideraba visualmente ofensivo ahora es culturalmente atractivo. El zapato “feo” ya no es una broma interna, es una ideología estética.
Comodidad, reinterpretada
No se puede pretender que los Crocs sean hermosos en el sentido convencional. Su forma porosa y bulbosa, ese brillo casi médico, sin embargo, su presencia abarca desde las pasarelas de Balenciaga hasta las calles con Justin Bieber. Los Birkenstocks, antes símbolo de utilidad anti-moda, ahora conviven con las bailarinas de satén de Miu Miu y las slingbacks monogramadas de Gucci. Gigi Hadid y Selena Gomez son vistas frecuentemente con sus Birkenstocks favoritas, convirtiéndolos en el it-shoe más feo del año.
Pero esto no es un llamado a la dejadez o pereza. Es una recalibración del sistema de valores de la moda. La Generación Z ha crecido expuesta digitalmente, visualmente culta e inmune a los mitos del glamour tradicional. La idea de sufrir por belleza: ampollas, mala postura, tacones que aplastan los dedos, ya no les atrae. Su lenguaje estético se basa en la funcionalidad (a veces literal), pero nunca carece de intención.
Ortopédico, pero hazlo culto
Toma las Yeezy Foam Runner. Parte exoesqueleto, parte zapato deslizable, su forma evoca más el brutalismo que el calzado. Aun así, los precios de reventa se mantienen altos, impulsados por la escasez y el valor dentro de las subculturas. No son solo zapatos, son señales. Marcadores de un nuevo tipo de lujo: uno que se trata menos de la belleza y más del conocimiento.
Los íconos de estilo de hoy no se visten para seducir o impresionar, se visten para autoreferenciarse. A la chica con Bostons y un chaleco Margiela no le importa si entiendes. Ese es todo el punto.
El regreso de lo despreocupado
El regreso del zapato feo no es una rebelión. Es una negativa al brillo, a la pretensión. Kendall Jenner con calcetas y Adilettes. Alia Bhatt con Birkenstocks forrados de borrego. Hay un cierto poder en parecer que no has hecho ningún esfuerzo. El nuevo uniforme es elegantemente disonante: un pantalón de sastre, una camiseta sin mangas de Loewe, un par de zuecos de goma. Desarticulado, pero nunca desorientado. No es tanto una estética como una actitud. Una que no tiene tiempo para dedos apretados ni para vestirse para impresionar.
La fatiga estética es real
En una época post-clean-girl, post-Y2K y post-hipertendencia, los zapatos feos parecen una ruptura necesaria. Son antitendencia por naturaleza: demasiado prácticos para ser idealizados, demasiado obstinados para reinventarse cada temporada. Y en un mundo saturado de esfuerzo, hay algo radical en optar por salir de la carrera visual, un zapato a la vez.
Las chicas que lo entienden…
En última instancia, el zapato feo es una prueba de fuego. Un test de Rorschach del estilo. Si solo ves practicidad, estás perdiendo el punto. Pero si ves poder en resistir el brillo convencional, si ves elegancia en la sencillez, si te encuentras mirando un par de zuecos de malla y piensas "espera, ¿estos son como… geniales?" Felicidades.
Lo entendiste.
Este artículo salió originalmente en Harper’s BAZAAR India.