Si fuese un objeto sólido, más que una esfera sería, en realidad, un hipercubo de mil dimensiones: complejo, por momentos contradictorio. Nacido de una intuición industrial y, al mismo tiempo, artesanal; productor de moda y a la vez generador de arte, arquitectura y cine. Es difícil encasillar al grupo Prada —con más de 15 mil empleados, US$ 6,25 millones en ingresos netos y casi US$ 966 millones de beneficio neto en 2024— en una única definición. Lo mismo ocurre con quienes lo fundaron y lo dirigen cada día.
Comencemos entonces este recorrido por la historia, que arranca en la Italia de inicios del siglo XX, cuando una nueva clase urbana y burguesa busca imitar los modelos de vida y comportamiento de los vecinos europeos más avanzados. El centro de esta revolución social es Milán, donde en 1913 Mario Prada, abuelo de Miuccia, junto con su hermano Martino, abre en la Galleria Vittorio Emanuele II la primera tienda, un espacio donde se podía adquirir la mejor marroquinería y artículos de viaje, hasta convertirse, en 1919, en proveedor oficial de la Casa Real. Prada es una de las muchas marcas que prosperan durante el ventenio fascista y que, en la posguerra, sobreviven también gracias a los fondos del Plan Marshall.
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La Italia de la marroquinería, del diseño, de los tejidos preciosos, de las manufacturas artesanales y de las múltiples artes aplicadas no desaparece; al contrario, se desarrolla y se expande por todo el país, preparando el terreno para lo que —a partir de los años 60 y 70— será el milagro del lujo Made in Italy, del que Prada será uno de sus protagonistas.

Desde aquel encuentro de trabajo en 1978 —que luego se transformaría en una unión de vida con su matrimonio en 1987— entre Miuccia Prada, heredera de la empresa y del patrimonio intelectual de la familia, y Patrizio Bertelli, empresario toscano obsesionado con la calidad y con un conocimiento minucioso de la manufactura del producto, surge el fenómeno Prada: parte milagro, parte destino. Juntos, Miuccia y “el Bertelli”, como se llaman entre ellos, atraviesan casi cincuenta años de éxitos y crisis, pasando de los bolsos al calzado (1979), de la indumentaria femenina (1988) a la masculina (1993), de la línea Miu Miu (1993) al sportswear de Luna Rossa (1997) con las primeras zapatillas producidas por una marca de lujo. Y después los perfumes, la belleza, la joyería, hasta llegar a la pastelería de Marchesi 1894.
Temporada tras temporada, Miuccia —feminista de los años setenta con una sensibilidad única para la moda— ha definido con sus colecciones la estética de una época. Basta recordar la nylon couture de la primavera / verano de 1988, el ugly chic de la primavera / verano de 1996, las postcard from Italy de la primavera / verano 2004, la inspiración Art Nouveau de la primavera / verano 2008, el barroco tropical a lo Carmen Miranda de la primavera / verano 2011, hasta los desfiles de estos años en colaboración con Raf Simons. Una visión siempre precisa, única y reconocible, en la que conviven minimalismo y ornamento, uniformes e individualidad, vintage e innovación. Prada ha creado una escuela de pensamiento y de gusto para toda una generación de creativos; ha ofrecido una plataforma expresiva para talentos como Manuela Pavesi y Fabio Zambernardi; ha inspirado a diseñadores como Alessandro Michele y JW Anderson.

Al mismo tiempo, el Bertelli y Miuccia, después de atravesar una etapa difícil para el grupo antes de la salida a Bolsa en Hong Kong, llevaron a cabo la expansión de la marca con tiendas en todo el mundo, la adquisición de otros nombres de moda —el más reciente, Versace— y cultivaron una profunda pasión por la arquitectura, el cine y, sobre todo, el arte contemporáneo con el lanzamiento de la Fondazione en Milán en 1993 y la apertura de la sede en Venecia en 2011. Hoy, todavía juntos, están dedicados a diseñar el futuro de lo que han creado, trabajando con diligencia y claridad en la transición hacia una nueva generación. En 2020 Raf Simons se convierte en codirector creativo de las colecciones Prada junto a Miuccia Prada; en 2023 Andrea Guerra asume el cargo de director ejecutivo del grupo en sustitución de Patrizio Bertelli, mientras que su hijo Lorenzo, llamado a tomar las riendas de la compañía, ocupa el rol de director de comunicación y marketing y de jefe de responsabilidad social corporativa.
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En las semanas previas al encuentro con estos protagonistas de la historia de Prada, las noticias de guerra y bombardeos, de aranceles y nacionalismos, además de los cambios de diseñadores y de CEO –directores ejecutivos— en la industria de la moda y la belleza, han dominado las páginas de los periódicos y las pantallas de los teléfonos. Hablar de Prada en momentos como estos puede resultar difícil, porque el grupo produce ropa y accesorios para una élite económica y cultural, representando de la mejor manera a la industria del lujo —un término que, como se leerá en su entrevista, no le gusta a Miuccia—.
Pero también puede ser muy fácil, porque nunca ha rehuido enfrentarse a la realidad ni tomar posición, ya sea a través del tema de una colección o de una exposición de arte contemporáneo. En estas largas conversaciones nadie evitó —como muchos hacen con un no comment— los temas de actualidad. Fue nuestra responsabilidad separar lo que consideramos comentarios personales de aquello que forma parte de la filosofía del grupo.
Prada es una marca a la vez muy expuesta e increíblemente reservada.
Sigue siendo una familia en el sentido más verdadero e íntimo del término: hijos y padres que trabajan juntos y que discuten libremente sobre arte y política. Una diferencia y un sentido de pertenencia. Pero también es una potencia económica global. ¿Cómo mantener unidas todas estas facetas, una realidad tan creativa como industrial, donde las contradicciones, el contraste y el choque de opiniones son el método para llegar a las decisiones? Ese es el ingrediente secreto de una receta única que intentamos explorar a través de las voces de sus protagonistas. Pensamos en hacer entrevistas separadas, como en una serie de interrogatorios en los que se pide a cada uno de los sospechosos reconstruir su versión de los hechos, con sus propias palabras y su propia voz.
El resultado no es un retrato de grupo formal —ni siquiera quisieron fotografiarse juntos—, sino más bien un collage que toma forma a través de la actuación de cuatro intérpretes, una familia ampliada que incluye también al codirector creativo Raf Simons, ya en la empresa desde hace más de cinco años. Cada uno compone su propio autorretrato, respondiendo a las preguntas de manera profundamente personal. Cada uno opera de forma distinta, pero complementaria, porque todos comparten la misma ética, la responsabilidad moral, la pasión por el trabajo y el gusto por la competencia. Los une la conciencia de una misión cultural que, desde la moda, entra en el mundo, en la vida cotidiana, y se proyecta hacia el futuro, buscando dibujar sus contornos y ayudarlo a definirse en armonía con el pasado. Con la convicción, como subrayó Miuccia, de “que cada uno aporte lo propio para intentar hacer que las cosas viren hacia el bien”.

Partimos con la idea de hacer las mismas preguntas a los cuatro protagonistas —lo intentamos repetidamente— para luego ordenar el contenido por tema y no por sujeto. Pero fue imposible reducir a un denominador común individualidades tan fuertes en sus convicciones. He aquí entonces cuatro relatos, cada uno situado en edificios y estancias distintas, pero con una estética afín: paredes blancas, pocos elementos de mobiliario de buen diseño, reconocible pero no obvio. Algunas obras de arte salpican el escenario: un cuadro de Arturo Bonfanti en la oficina de Patrizio Bertelli, en la fábrica de Terranuova; la boca del famoso tobogán de metal y plexiglás de Carsten Höller —que desemboca en el patio interior— en la oficina de Miuccia, austera como una celda monacal en la que el único color era el azul de su vestido de verano; y una serie de grandes obras de TK en el estudio de Simons, en la sede de via Bergamo.
He aquí entonces cuatro conversaciones distintas en tono y volumen, voces afinadas y sabias, pero nunca un coro. La empatía patriarcal toscana de Patrizio Bertelli dialoga con el esnobismo burgués y la provocación constante —dirigida antes que nada a sí misma— de Miuccia Prada; la emotividad creativa de Raf Simons refuerza la racionalidad analítica de Lorenzo Bertelli. Como músicos en una formación de jazz, cuatro solistas de gran talento que jamás conforman una orquesta clásica.
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La primera siempre ha querido adelantarse a los demás, romper los esquemas. El sentido innato de Miuccia por la moda se alimenta de vida real, de relaciones y relatos, de arte y de cine. El trabajo es su lenguaje absoluto, su legado moral.

¿Podría darnos una definición de Raf Simons, Patrizio y Lorenzo Bertelli?
Nunca doy definiciones, nunca tengo respuestas absolutas. Solo tengo dudas, problemáticas, por lo que casi nunca respondo a una pregunta precisa. Respondo a las complejas. Pero jamás reduciría a una persona a una frase.
¿Cómo nació su vinculación, su identificación con la marca?
Cuando empecé no quería dedicarme a la moda, fui casi arrastrada. Evidentemente me gustaba. Pero era una feminista en los años 70, inserta en un círculo de intelectuales, y me avergonzaba pensar en la moda. Sin embargo, continué. Luego conocí a Bertelli. A partir de ahí, nunca más me planteé la cuestión. El camino simplemente comenzó. Si no lo hubiera encontrado, quizá no habría hecho este trabajo.
Sobre ese encuentro existe una anecdotología infinita. Según algunos habría ocurrido en la Feria de Milán, donde usted se presentó para protestar porque él copiaba sus modelos.
Oh, ya saben demasiadas historias. De todos modos, inmediatamente nos encontramos compartiendo cosas, trabajando juntos, sin pensarlo demasiado. Empezamos y nada más, quedamos automáticamente involucrados, sin necesidad de tomar decisiones particulares.
¿Es tan instintivo el proceso? ¿O hay más reflexión, más responsabilidad?
El pensamiento existe, por supuesto. Pero no diseñé en un escritorio la creación de la marca Prada. Nunca tomé una decisión real: simplemente me encontré haciéndolo.
Su relación con Bertelli. Grandes desacuerdos, pero también una gran afinidad. Quizá son más las cosas que los acercan.
Seguimos discutiendo como siempre, pero hay una sintonía increíble, que con el tiempo ha crecido. Precisamente porque hemos vivido tantas experiencias juntos. Y también compartimos muchos intereses.
El trabajo, el arte, la vida: en su caso es siempre muy difícil separar la marca de la persona.
Nunca he reflexionado sobre estas cosas. Claro, quería mantener separados el arte y el trabajo. En cuanto a mi vida, no la cuento, pero es evidente que para mí todo es uno. Vivo todo junto.
No son muchos los grupos de estas dimensiones en los que la vida privada de los fundadores se ha mantenido tan reservada.
Mis hijos descubrieron que yo era una diseñadora famosa alrededor de los 12 años. No lo sabían porque llevo una vida normal. Mis amigos son los del bachillerato. Tengo mi vida privada, tengo el trabajo y luego tengo una red de conocidos, de personas, quizá también famosas, importantes, sean artistas, arquitectos, directores. No quiero que fotografíen mis casas. Creo que vivir en la misma casa donde nací, en Milán, me ha mantenido muy anclada a la realidad, que para mí es lo más importante. Siempre digo que lo que me interesa es la vida de las personas.
¿Se define como curiosa?
No, no es curiosidad. Creo que la vida de las personas cuenta la tuya, cuenta la teoría, la política, la filosofía, la moral, las pasiones. Cuenta el bien y el mal. Son las personas las que me interesan, más que los conceptos abstractos de política o de familia.
En Italia, la moda ha sido en gran parte un asunto de familias que se han visto proyectadas a la dimensión de grupos internacionales. Los problemas comienzan cuando se trata de pasar a la generación siguiente. Ustedes llevan tiempo trabajando en este proceso.
Tanto mi marido como yo estamos convencidos de que hay que pensar en el futuro en términos absolutos, además del propio. No tenemos ningún problema en pensar en el momento en que moriremos, por lo que llevamos años trabajando en el después. Me esfuerzo por dejar la empresa lo más organizada posible, con una visión proyectada hacia el mañana. Mientras esté aquí, bien; cuando ya no esté, habrá otra persona. Esta es una voluntad muy precisa.
¿Es difícil?
Sí, pero hemos creado muchos puntos de vista, muchas bases conceptuales sobre los valores de nuestra empresa. Luego está mi hijo, que los sigue perfectamente y añade los propios. Me ocupo de muchas más cuestiones que antes justamente porque quiero enseñar a las personas a trabajar bien. Es importante, sobre todo en las cosas pequeñas.
Los detalles.
No, no los detalles; nunca son detalles. Es casi una filosofía de trabajo. He descubierto en mí esta voluntad de enseñar.
¿Cómo se mantienen unidas la pasión por el producto y las necesidades económicas de la empresa?
A veces coinciden, y cuando sucede aparece la sonrisa. Si nadie sonríe, quiere decir que no hemos dicho o pensado nada bueno.
El proceso creativo y el trabajo con Raf Simons, ¿cómo nace una colección?
Creo que nace como consecuencia lógica del trabajo. Has tratado un tema, y eso ¿en qué se transforma? En su opuesto, en su continuación o en una variante. Diría que lo importante es comprender cuál es el tema que tiene sentido en ese momento.
¿La inspiración le llega de la observación de la vida?
Sí, viene de lo que ves, de lo que sientes, de lo que lees, y luego yo siempre pienso en el sentido de la moda; si lo tienes, bien, y si no lo tienes, puedes cambiar de trabajo. Porque es un instinto.
¿Es el hilo conductor que, desde el primer desfile hasta hoy, define el ADN de Prada?
Creo que sí: el sentido de la moda.
No está solo en la ropa, es casi una actitud, una idea de valores.
Claro, soy afortunada porque tengo un amplio espectro de actividades. Pero, en lo que respecta a la moda, está el hecho de que soy una modaiola —dicho bajito, bajito [ríe]—. Y lo soy desde adolescente: si todos se ponían largo, yo quería llevar corto; siempre quería ser la primera en hacer algo distinto a los demás, la primera. Y eso me distingue. Quizá nadie lo crea, pero es la pura verdad. Y de forma competitiva, diría. Sí, también de forma competitiva.
Intentemos dar una definición de “nuevo”.
Nuevo es algo que te enciende una visión sobre un objeto, sobre un tema al que no habías pensado; ver algo que no conoces o volver a ver lo mismo desde otro ángulo.
¿Hay un método o es simplemente una chispa?
No reflexiono sobre estas cosas, simplemente pienso. Luego, si pienso en el pasado, en el presente o en el futuro, no lo sé. Pienso, pienso mucho, pero no lo sé. No sé cómo pienso.
Y este edificio conceptual, ¿cómo se traduce luego en las prendas? Porque al final se convierte en un objeto.
Esa es la parte difícil. Partes de una idea, no sé, hacer una colección frívola. ¿Cuáles son los elementos? Ya es un camino. Luego te llevas encima un montón de otras cuestiones: por ejemplo, que el pantalón corto ya no se usa, quizá va la minifalda. Entonces añades el concepto que quieres contar. Con tu sentido de la moda, que es el aspecto más importante de todos. Así que incluso pensar “frívolo” es algo de moda, en el buen sentido de la palabra.
La presencia de elementos en contradicción entre sí es una constante en sus colecciones.
Yo misma nunca he entendido del todo por qué. Es un instinto que quizá también me ha cansado. Tiene que haber una cosa y su contrario. Es algo muy arraigado en mí. Debo poner zapatos masculinos con una prenda de starlette, el suéter de “fea” y así sucesivamente. Tal vez sirve para contar la complejidad. Es precisamente mi característica fundamental, y también parte del ADN de Prada. Si hay rojo, también debe haber negro. Si es bello, también debe ser feo. No es por el simple gusto de llevar la contraria, sino romper para avanzar.
El conflicto entre dos instancias distintas, y luego llega una síntesis.
Sí, es algo muy, muy importante. Ni siquiera sé si me gusta del todo.
¿Por qué?
Porque también de eso me he cansado. Quizá debería hacer todo dulce, bonito. Para mí sería dificilísimo, aunque podría ser una idea. Todo coordinado y sin errores, sin mal gusto. Exacto. Sorprendente.
“Sorprendente” fue una de las palabras usadas para definirla. ¿Le gusta?
Inesperada. Imprevisible. Claro que me gusta. La contradicción: el nylon usado para un vestido, digamos, de couture. Empecé haciendo bolsos de lujo en nylon junto con cocodrilo; en eso está justamente lo que quizá explica mi mente.
Y luego una fascinación por todo lo que es tecnología, futuro.
Pero al mismo tiempo amo el pasado; creo que es fundamental en absoluto, en todos los campos. Cada vez me encuentro más leyendo historia o mirando hacia la historia.
¿Reciente o antigua?
En general desde el siglo XVIII en adelante, así que relativamente cercana. Es un momento difícil para entender el mundo. Debes estar muy abierto a todo, a cualquier tema, probar, testear. Lo veo mucho en las actividades que hago en la Fondazione. Apertura continua: es la única manera. No sé si es sed de conocimiento o curiosidad, pero es la única forma de tratar de entender lo que está pasando.
Mientras que el espíritu del tiempo es más bien el de los cierres, los muros.
Pero no, este es el momento de comprender, y para comprender hay que abrirse.
¿Es también un momento social de regresión, según usted?
Digamos que es un momento difícil; están ocurriendo cambios epocales. Con internet, la comunicación total. Es una revolución mucho más profunda que la de la electricidad, el teléfono o la rueda. Este mundo que está junto, pero al mismo tiempo no lo está. Incluso para los jóvenes es complicado. Es importante que cada uno dé su aporte para intentar que las cosas viren hacia el bien y no hacia el mal.
Habla a menudo de la importancia de ser morales, de tener responsabilidad.
Sí, es mi visión del mundo.
¿Cree que hoy es más difícil afirmar la propia identidad que en los años 60 o 70?
Creo que antes era difícil y que ahora también lo es. Antes uno se refería a un círculo de amigos o a un grupo político, pero de dimensiones reducidas; ahora, también a través de la web, está el mundo entero. Las proporciones son totalmente distintas. Pero un joven que vive en este mundo está acostumbrado, así que lo que a mí puede parecer difícil quizá para él no lo es.
Son muchas más las personalidades que cada uno puede asumir.
Sí, el problema es no perderse. Digamos que hasta los años 90 nuestro mundo era Europa y Norteamérica; luego había otros, pero estaban lejos. Ahora está todo junto: religiones, etnias, políticas, y por eso es complicado moverse y entender quién eres. Por eso creo que la educación es fundamental. En la Fondazione, como decisión instintiva, intento hacer exposiciones complejas, difíciles, sofisticadas, no algo que impacte inmediatamente a la vista. Al contrario. Otra cosa es la educación. Porque todos decimos que queremos ocuparnos de los jóvenes, darles voz, pero nadie lo hace realmente. Estoy reuniendo un grupo de personas para entender si y cómo la Fondazione puede educar, pero que no sea de un modo superficial o moralista.
¿Existe una relación entre estética y moral?
Por supuesto; es más, la moral es fundamental para hacer ropa, porque en lugar de crear cosas que no tienen ningún sentido, uno intenta producir algo que esté en el interés de las personas. En un sentido comercial, este es un término que no es un insulto, sino la honestidad de nuestro trabajo. Es moral hacer cosas que se venden, porque no soy una artista. Diseño ropa y objetos para una marca, para una empresa que produce y debe vender. Moral es ser seria en lo que se vende. Si haces una cazadora, debe contener tu visión, tu pensamiento. A la gente le gusta lo que hacemos porque entiende que a nosotros nos importa. Mi marido y yo primero pensamos en hacer lo que nos gusta y nos parece correcto. Luego, eventualmente, tiene éxito.
No lo contrario.
Jamás hacer las cosas en función del dinero. La honestidad intelectual es lo más importante, incluso en las cosas pequeñas. La gente confía porque sabe que intentas hacer lo mejor posible. En un momento en que hay tantos productos en el mercado, es el pensamiento detrás de un objeto lo que te hace elegirlo. Por eso vistes una prenda de Prada. No es solo porque existe la Fondazione, o porque lo llevó la modelo o la actriz. Es porque reconoces en ese objeto la seriedad del trabajo. Un pensamiento.
Volvamos a la manera en que se expresa a través de la moda.
Ahora tengo dos, está también la Fondazione. Mi trabajo es sin duda el instrumento con el que expreso mis ideas. En la ropa pongo todo lo que conozco, lo que sé y lo que pienso, mi vida político-intelectual, la diversión. Todos los papeles que una persona puede tener. Porque esto también es un relato de vidas.
La suya es una mujer con muchos rostros.
Porque no tengo preferencia por un tipo de mujer; para mí, todas están bien. Cada una tiene su vida, cada una toma de mí, de lo que hago, la parte que le interesa, la que siente cercana. Pero no tengo un punto de vista sobre cómo debería ser una mujer: le corresponde a ella ser como quiera. No me interesa cómo lleva la ropa; me interesa que piense, aunque sea vagamente —cuando la usa—, en seguir sus propios objetivos, en ser lo que desea.
¿Se ha reconocido alguna vez más en la mujer de la pasarela que en la mujer de su vida cotidiana?
No me reconozco en nadie. Yo me conozco a mí, y los demás deben conocerse a sí mismos, así que ni siquiera me pongo al servicio: expreso lo que pienso. Siempre digo que, mientras esté en sintonía con el mundo, probablemente venderé. No existe un sistema para entender si ahora la gente quiere esto o aquello. Si estás dentro del mundo, quizá lo que piensas, vives, sientes y pones en la ropa le interesa a alguien.
Un término que no le gusta es “industria del lujo”.
Nunca he respondido a la pregunta de qué es para mí el lujo porque se pasa de una banalidad a otra. No me interesa definirlo. Y además, la palabra es un poco vulgar, seamos honestos. Mejor inteligente, bello, deseable. Si tengo que elegir un término, prefiero “útil”. Si en un año logro hacer tres cosas de las que estoy realmente satisfecha, que realmente me gustan y me hacen sonreír, está bien. En el resto pongo la misma buena voluntad, pero no con el mismo resultado.
Intente elegir una o más creaciones que, según usted, han influido en el imaginario colectivo de Prada en estos años.
No me haga decirlo. No lo sé y no quiero saberlo. Y aunque lo supiera, no me gustaría decirlo.
¿Es por esto que no le gustan las retrospectivas?
Si las hace otra persona, sí, pero ¿cómo puedo yo elegir un fragmento de mi vida? Algunos son más importantes, otros menos, pero todo es una historia. Y en la historia hay cosas bellas, feas, más o menos relevantes, pero seleccionar unas sin las otras no se puede. No sería un recorrido.
¿Hay algún momento de esta historia que le guste recordar más que otros?
No, no, díganlo ustedes, que lo digan los críticos. Yo tengo mis preferidos, muchos. Me da vergüenza decir qué me gusta de mí misma.
¿Es la mujer que soñaba ser de niña?
No, en el sentido de que nunca imaginé nada. Nunca me pasó por la cabeza decir “quiero ser así”. Jamás tuve una visión de mí. Las cosas me han sucedido, esa es una característica mía: las he hecho, las he vivido. Aunque sí, soñaba con el amor, eso sin duda.
¿Lo encontró?
Sí. Tenía como referencia la historia de amor de mi mamá y mi papá, que parecía tan mítica que las mías nunca estaban a la altura. El listón estaba alto. Pero siempre se descubren cosas nuevas sobre qué es el amor.
Hablemos de cine. Tenemos una idea: que Prada, consciente o inconscientemente, haya puesto en marcha un sistema casi como un ministerio de propaganda. En el Minculpop —Ministerio de la Cultura Popular, que existió de 1937 a 1944— de la era fascista había tres pilares para inculcar la ideología en las jóvenes generaciones: la moda —a partir de los uniformes—, el cine y la arquitectura. Son también los tres pilares de la comunicación Prada. Entonces, ¿puede decirnos si alguna vez hubo un plan?
El cine fue fundamental en mi formación. Estudié Ciencias Políticas porque era la facultad más fácil. Apenas terminé la universidad, empecé a leer. El cine es mi verdadera pasión, junto con la literatura, aunque esa duró unos diez años. Porque cuenta vidas, si queremos cerrar el círculo. Sea de la nacionalidad o del periodo que sea, ha contado historias, lugares, personas. He intentado de todas las maneras posibles trabajar con directores. Por eso la Fondazione lanzó en mayo un fondo para películas independientes, con el cual queremos profundizar y ampliar el diálogo con la creación y la experimentación contemporáneas. Quiero dedicar tiempo a leer y analizar los proyectos. Me alegra que la sala de la Fondazione esté funcionando tan bien.
¿Se emociona cuando le gusta una película?
Mucho.
¿Más que cuando le gusta un vestido?
Muchísimo más. Me gustaría tener tiempo para vestirme. Cuando voy de vacaciones preparo grandes maletas para dedicarme a eso, pero luego no lo hago. La moda funciona cuando las personas están de buen humor, cuando las cosas van bien. Pero si tienes que afrontar problemas, tragedias, enfermedades, no tienes ganas de moda. Es algo para los tiempos felices, diría. Por ejemplo, ahora estoy en un periodo en el que me siento bien y me visto más.
¿Y la arquitectura?
Al principio, para las tiendas, teníamos que montar espacios en función del producto. La arquitectura llegó después. Cuando realmente tuvimos la necesidad de construir, fue natural recurrir a arquitectos importantes. Tiendas que luego Rem Koolhaas llamó Epicenters. Fue una idea de mi marido. Una intuición, una gran intuición.
Pero al montar las tiendas tomaron decisiones muy radicales.
Sí, pero esas las tomamos mi marido y yo: eran herramientas de trabajo para la ropa. Así que no se planteaba el problema de la arquitectura. Hacían falta espacios funcionales a nuestro trabajo. Luego sí, quizá resultaron bellos. Fueron grandes instrumentos de comunicación.
Volvamos a la historia de Prada. También hubo momentos difíciles.
Sí. Me decían: “Mira que hay problemas”. Pero yo no me preocupaba. Para mí la vida siempre ha mandado sobre las finanzas.
¿Ha pensado alguna vez “esta vez no lo logramos”?
Nunca me he preocupado, también porque más o menos siempre ha ido bien. El periodo en que salimos a Bolsa fue difícil, pero no me perturbó. Nunca he sentido pánico por el trabajo.
¿El éxito vuelve más prudentes?
La dimensión, sí. Se siente una responsabilidad mayor.
¿Cómo definiría la adquisición de Versace?
Podría verse como un riesgo, pero no lo es. De todos modos, no quiero hablar demasiado del tema. Es una iniciativa compartida, muy deseada por Lorenzo. Es una marca histórica: inventó la idea del sistema moda como lo percibimos hoy, el desfile de modelos, la moda como parte de la cultura popular. Todo con una calidad de trabajo increíble. También entendió el valor de la música antes que muchos otros.
¿La moda sigue impregnada de clichés burgueses o murieron con el siglo XX?
Ciertamente la moda viene de ahí, de los burgueses, y antes aún de la nobleza. Todavía no ha salido definitivamente de ese mundo. No se ha liberado por completo de los estereotipos, de una visión codificada de la mujer. Es más, estamos en un periodo de regresión en ese sentido.
¿Y del sistema de la moda qué piensa? No parece un momento de gran salud, excepto para ustedes.
No lo sé, pienso en lo que tenemos que hacer nosotros. El punto es que hay tantas empresas, 6000 marcas, cada día una nueva, y se necesitan muchos diseñadores geniales. Pero no hay muchos por ahí. Además, esta asociación entre marca y diseñador no siempre funciona. Ha funcionado durante 50 años, pero quizá —no estoy segura— ya no es una combinación posible.
La relación de Prada con los artistas es directa. Da la impresión de que a usted le interesa más el diálogo con los artistas que la idea del coleccionismo.
Mucho más. No me gusta la palabra coleccionista y no siento que lo sea. He comprado obras para estudiar el tema. Cuando conocía a un artista y me gustaba alguna pieza, quería poseerla. Quizá no sea muy noble, pero es humano.
Por cada obra comprada, también han creado una relación con el artista.
Claro, la Fondazione nace porque a mí y a Bertelli nos interesan las vidas y el pensamiento. Cuando quiero conocer a las personas, pido trabajar con ellas, porque es la única manera de hacerlo; de lo contrario, hablas de cualquier cosa.
Por otra parte, siempre han mantenido separada la Fondazione de la actividad de moda.
Como los Epicenters, la Fondazione también fue una idea de Bertelli. Estábamos con un amigo escultor y reflexionábamos: “Estos espacios industriales serían perfectos para hacer exposiciones de escultura”. Yo dije: “Sería una buena idea”. Y Bertelli: “Hagámoslo”. Y empezamos a estudiar en los libros, a conocer artistas. Partió de él. Yo la llevo adelante. Para mí era importante respetar a los artistas, hacerles entender la seriedad de nuestras intenciones. De ahí nace la separación total. Después, hace tres años, empecé a pensar que quizá ahora podía invertir las cosas: usar Prada para difundir cultura. Esto también le interesa a Lorenzo.
Las chicas que compran Miu Miu no hacen ninguna diferencia entre la performance de un artista, la de un músico y la de la moda.
Sinceramente, no sé si es algo bueno. Porque el arte es más serio que la moda. Tiene la libertad de indagar libremente el pensamiento, la existencia humana. La moda es una empresa que debe vender. El pensamiento de un artista es libre, en teoría.
También los artistas tienen una agenda.
Sí, claro, pero en absoluto el arte debería ser libre para expresar pensamiento. El objetivo de una empresa de moda es vender ropa. Lo cual puede ser tan creativo como quieras, tan comprometido como quieras, pero es distinto. Nunca he pensado que soy una artista. Mi trabajo es creativo, culto, pero es diferente.
Trabaja en el presente.
Sí, intentando hacer algo bueno y correcto en la vida que estoy viviendo.
El pensamiento del futuro es un pensamiento vital.
Hay que imaginar el futuro, formes parte de él o no. (I)
Este artículo salió originalmente en la edición de Septiembre de Harper's BAZAAR Italia.