Sinceridad en la alta costura

¿La moda se está volviendo más sincera?

Desde las máscaras de Margiela hasta los softboys de Prada, la moda en pasarela actual rechaza la ironía y superpone la emoción y referencias para crear nuevas formas de verdad.

Por Maya Kotomori

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E Pluribus Unum —“De muchos, uno”. Un lema de cohesión nacional, curiosamente burocrático, está grabado a la entrada del Midtown Tunnel en Nueva York. Lo vi a través de la ventana trasera de un taxi, difuminado por el temblor del calor veraniego de la ciudad, y pensé en su inverso: “E Unibus Pluram”, que resulta ser el título de un ensayo de David Foster Wallace. Escrito en 1993, unos años antes de la publicación de su intento de gran novela americana Infinite Jest, el ensayo analiza el rechazo de una nueva generación hacia la ironía en la literatura y el arte, y su giro hacia una visión más sincera y directa de la cultura. Wallace aspiraba a una visión más unificada, frente a una multiplicidad de ideas e interpretaciones abiertas. Temía la reproducción masiva y abrazaba la emoción. Ese era el evangelio del movimiento de la Nueva Sinceridad en aquel entonces, pero hoy, veo una conexión evidente con la moda.

Desde que “E Unibus Pluram” volvió a rondar mi cabeza, no he dejado de trazar conexiones entre el zeitgeist actual de la moda y aquella especie de predicción de tendencias que hizo Wallace sobre lo que sería lo “cool” tres décadas atrás. “Los nuevos rebeldes”, escribió en su ensayo, “podrían ser quienes se atrevan a provocar un bostezo, una mirada de hastío, una sonrisa condescendiente, un codazo cómplice, la parodia de los ironistas talentosos, el ‘qué aburrido’.” Ese llamado a una nueva generación de rebeldes dispuestos a “arriesgarse al bostezo” se refleja claramente en el trabajo de los diseñadores más comentados de hoy.

Piensa en cómo ha cambiado la moda de lujo en los últimos 20 años: del Gucci sexy de Tom Ford al Gucci excéntrico de Alessandro Michele; del Balenciaga futurista y refinado de Nicolas Ghesquière al Balenciaga deconstructivista de Demna. Ambos ejemplos evidencian un giro sartorial claro: del posmodernismo hacia la Nueva Sinceridad. Los “nuevos” rebeldes de Wallace no son tan distintos de la musa eterna del mundo de la moda: el visionario incomprendido, el diseñador que desafía las convenciones. Wallace aspiraba a ser cool en sus propios términos, no desde el desapego irónico, sino mostrando una entrega visible, incluso dolorosa. Aplicando esa lógica, el Gucci de Tom Ford o el Balenciaga de Ghesquière representan la era posmoderna. En cambio, las prendas de sus sucesores son honestas —o al menos están hechas para parecerlo— como la cadena para gafas del Gucci de Michele o las enormes zapatillas estilo papá de Balenciaga bajo la dirección de Demna. Son sinceras en su verosimilitud: evocan el estilo de personas reales, como abuelas con lentes de lectura o padres con calzado torpe.

Durante este cambio de dos décadas, los arquetipos de la moda pasaron de lo inalcanzable a lo hiper-accesible: de los trajes de poder y las sandalias con plataformas casi robóticas a los lentes bifocales de diseñador y los zapatos ortopédicos exagerados. Esa misma paradoja impulsa hoy los movimientos más interesantes de la moda. La sinceridad se ha convertido en la nueva postura, no a pesar de sus complicaciones, sino precisamente por ellas.

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La moda tiene una capacidad única para bromear. Basta con mirar la última colección de Demna para Balenciaga, presentada durante la alta costura a comienzos de julio, donde reveló el concepto central detrás de sus siluetas más provocadoras en la casa parisina: la construcción de identidad a través de formas “normcore” exageradas como zapatillas deportivas y sudaderas. Este tipo de expansiones de tendencia imitan la idea de “uno convertido en muchos” de E Unibus Pluram. Sin embargo, la alta costura presenta un contraargumento. ¿Qué sucede cuando la moda celebra el oficio y la tradición durante la semana de la alta costura? La temporada de alta costura otoño 2025 y los desfiles de moda masculina primavera 2026 defendieron esa idea con más fuerza que nunca: no solo se trata de una moda que sinceramente apuesta por la emoción, sino que se atreve a hacer del artificio en sí un canal para el sentimiento. La moda puede provocar una emoción precisamente porque está construida, no a pesar de su reproducibilidad; una nueva forma o silueta es una innovación que desafía lo que usamos en el día a día. En este momento, no solo estamos presenciando una “nueva sinceridad” en la moda; estamos viendo a la industria enfrentarse a lo que realmente significa la sinceridad.

Cuando Glenn Martens presentó su primera colección de alta costura para Maison Margiela durante la temporada otoño 2025, toda la industria de la moda contuvo el aliento. ¿Se inclinaría hacia el homenaje o rompería el espejo por completo? La respuesta estuvo en un punto intermedio, y precisamente por eso funcionó. Hubo vestidos aplastados y arrugados (texturas metálicas y oxidadas que parecían más excavadas que cosidas), pero fue el regreso de las máscaras en la marca lo que tuvo mayor peso. Las máscaras rememoraban la mitología fundacional de la casa: el desfile primavera/verano 1993 de Martin Margiela, donde el anonimato era una declaración de interioridad, más que una señal de silencio.

Pero las máscaras de Martens eran diferentes. Son máscaras sobre máscaras. Una referencia a una referencia. Y, sin embargo, son sorprendentemente sinceras. En la alta costura, que por naturaleza resiste la dilución comercial, existe la libertad de jugar en los límites del absurdo y, a través de ello, revelar algo crudo. La intención de Martens con la referencia no era plagiar, sino declarar una línea de herencia. Esta es una máscara sincera, que no protege ni oculta, sino que intensifica la mirada. En cierto sentido, Martens ofrece aquello que Wallace temía que no pudiera existir: una sinceridad profunda comunicada a través del pastiche.

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En las colecciones de moda masculina otoño 2025, como “Jewel” de Wales Bonner y el muy esperado debut de Jonathan Anderson en Dior, las referencias se presentaron con sinceridad, a veces engalanadas con pines incrustados de joyas o remitiendo a los códigos de la casa de los años 50. La sinceridad se convirtió en un proceso activo exhibido en la pasarela. En Prada, Raf Simons y Miuccia Prada siempre han propuesto una visión de la identidad construida a partir de la contradicción, donde la sastrería clásica se ve interrumpida por cierres desparejados, texturas superpuestas y siluetas asimétricas, una especie de elegancia desordenada que sugiere una coherencia nacida del caos personal. Esa línea de vulnerabilidad emocional se extendió a su desfile de moda masculina esta temporada, que abrazó la suavidad en sus formas más literales y figurativas: tejidos translúcidos, pantalones cortos juveniles y prendas exteriores ligeramente sobredimensionadas que evocaban la imagen del moderno softboy, no como una tendencia sino como un arquetipo emocional. Hay una sinceridad clara en su enfoque, al usar la estructura de la moda masculina para reimaginar los contornos mismos de la masculinidad. 

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Para desafiar al difunto Wallace: ¿y si la multiplicidad no es una sentencia de muerte? ¿Y si, al menos en lo que a la moda respecta, es un regalo?

Diseñadores como Martens, Anderson, Wales Bonner, la señora Prada y Simons no son seguidores como Wallace había pronosticado. No son consumidores pasivos de los tópicos de los medios masivos. O, no solo eso; el pensamiento grupal es una piedra angular de las economías de tendencias que hacen que lo que está en moda, bueno, esté en moda. Estos diseñadores son pensadores, y sinceros además. Estamos viendo el lenguaje visual de las referencias desplegado no como una manera de aplanar el significado, sino de superponerlo. A veces, son las prendas más artificiales —la máscara, los lentes nerds, el suéter cargado de dijes— las que transmiten las verdades emocionales más profundas.

Este artículo salió originalmente en Harper’s BAZAAR Estados Unidos.