La segunda jornada del Quito Fashion Week 2025 cerró con una sesión que encarnó, de manera literal y simbólica, la idea de tejer identidad. Sobre la pasarela se presentaron BLESK x MAGMA, DESIREE (Guatemala), ORRTHÍZ, Liz Cárdenas, Fashion Academy, Essentially Mindful y Jessica Velasco, una alineación diversa que mostró cómo la moda puede transitar entre tradición, experimentación, memoria cultural y propuestas profundamente contemporáneas.
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La colaboración BLESK x MAGMA marcó uno de los momentos más potentes de la noche. A través de 12 looks elaborados en denim, pieles y cuero, Paula Recalde construyó siluetas escultóricas con cortes atrevidos, tejidos colgantes, prendas oversize y una estética street elevada a gesto artístico. La propuesta tomó aún más fuerza con la joyería maximalista de MAGMA, firma liderada por Naomi Janowitzer y Paz Arteaga. Las piezas brutalistas y futuristas en plata pura –colocadas en cuello, manos y hasta como tocados– transformaron cada salida en un ensamblaje entre cuerpo, metal y movimiento. Fue una demostración de cómo la experimentación puede convertirse en identidad visual.



Desde Guatemala, Desirée García presentó “La Transición”, una colección de 12 looks que narró un recorrido cromático del beige al negro. El inicio, casi sacro, apareció en transparencias y tejidos finos con un look que evocaba una figura nupcial o virginal en tonos marfil. A partir de ahí, la colección avanzó con flecos, flores y hombreras. El viaje se tornó más intenso con tonos grises hasta llegar al negro en un cierre dramático, en que la misma figura del inicio se volvió oscura. Una propuesta avant-garde que explora la dualidad entre luz y sombra, con piezas que fusionan arte, cultura y sostenibilidad.



El diseñador ecuatoriano Jonathan Pérez Ortiz, con su marca ORRTHÍZ, mostró 16 looks de “Adiós”, esta vez reimaginados con máscaras y aretes tejidos largos que no habían estado en presentaciones previas. Estos elementos otorgaron una nueva teatralidad a la colección, reforzando su carácter ritual y cargando de simbolismo a sus prendas. Los tejidos, los flecos y el color –sellos propios del diseñador– se sintieron más vivos y expresivos, convirtiendo el desfile en un acto emocional de renacimiento y memoria.
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El esperado regreso de Liz Cárdenas sumó vibración escénica con 10 looks cargados de color y teatralidad. Rojos, naranjas, amarillos y tonos cálidos desfilaron en siluetas fluidas que convivieron con transparencias, una chaqueta puffer y lentejuelas. Los accesorios, aretes gigantes en forma de estrellas o círculos, reforzaron un espíritu retro que dialogaba con la energía libre y glam-rock que ha definido su visión desde finales de los noventa.



Por su parte, el bloque de Fashion Academy, liderado por Nino Touma, presentó 10 audaces outfits que apostaron por un dramatismo monocromático. El negro dominó la propuesta con vestidos estructurados, encajes, guantes largos y cortes afilados que mostraron la fuerza creativa de una nueva generación de diseñadores.



La propuesta de Essentially Mindful reveló siete looks inspirados en la mujer cimarrona y en el trabajo artesanal de la tagua realizado por artesanas de Esmeraldas. Con una paleta de tonos tierra, las prendas exploraron líneas limpias, aberturas laterales, tejidos manuales y accesorios de este mismo material, que funcionaban como elementos narrativos. Hubo presencia de bolsos tejidos, detalles rojos simbólicos y un lenguaje visual que celebró identidad, territorio y memoria afroecuatoriana.



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El cierre de la noche llegó con Jessica Velasco, quien presentó 24 looks de su colección “Yuraq Yana”, una exploración del blanco y negro, luz y sombra, trabajada a partir de textiles y fajas artesanales. Los acentos rojos –en sombreros, collares, aretes, flores y labios– reforzaron la tensión entre tradición y modernidad, mientras la música acompañaba la atmósfera. Fue un final poderoso, cargado de símbolos, ritmo y orgullo cultural.



En conjunto, esta segunda jornada del Quito Fashion Week confirmó el espíritu expansivo de la moda local y latinoamericana. Una escena que honra sus raíces, experimenta sin miedo y entiende la identidad como un tejido vivo entre generaciones. (I)