Con 29 años, la quiteña Kimberly Ortega reside en Nueva York, donde impulsa su propia marca. Después de dos años de maestría, tiene una visión más clara de hacia dónde quiere llevar su legado y cómo desea mostrarlo al mundo. Su conexión con el arte comenzó a través de la danza. Desde los ocho años, Ortega participó en certámenes de samba, chachachá y rumba. Se especializó en baile de salón y –con ese objetivo en mente– su sueño siempre fue llegar a la Gran Manzana para ser bailarina.
Sus padres la apoyaron incondicionalmente, aunque la animaron a obtener un título universitario (como respaldo). Con esa idea y su afinidad por las ciencias, decidió estudiar en la Universidad San Francisco de Quito una ingeniería en química. Con el paso de los semestres descubrió que su verdadera pasión estaba en el arte y la creatividad. Se cambió a la carrera de artes visuales, con una especialización en diseño de moda.
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En 2020, lanzó su marca SOAK, un nombre formado con sus iniciales, Kimberly Alejandra Ortega Sánchez, escritas al revés. Una elección que, lejos de evocar el “caos”, representa su manera de darle la vuelta al desorden y encontrar armonía. Tras varios años de trabajo y desarrollo creativo, aplicó al máster en Fashion Design and Society (MFA) en la escuela de diseño Parsons de Nueva York.
Siendo la única ecuatoriana en su generación, Ortega tuvo la intención de contar la historia de su país, según comenta en una entrevista con Harper’s BAZAAR Ecuador. En un paseo por los Hamptons encontró al verdadero protagonista de su colección: la paja toquilla.
Observó a decenas de personas usando los llamados “Panama hats” y decidió acercarse para preguntar si sabían el origen de aquel accesorio. Nadie lo sabía. Fue entonces cuando comprendió la necesidad de recontar su historia. “Para mí es muy importante visibilizar lo que siempre ha estado ahí: la paja toquilla, como un símbolo de la clase trabajadora ecuatoriana, de donde provengo. Es una historia que merecía contarse con claridad porque durante años se atribuyó a otros países lo que en realidad nació en nuestras manos”.
Más allá del arte, su proyecto integra una lectura histórica y política. “Cuando el presidente Roosevelt usó el sombrero de paja toquilla en 1920, ese simple gesto lo transformó en un objeto de lujo. Y lo más fuerte es que, más de un siglo después, sigue pasando lo mismo. Alguien con influencia se pone algo y se vuelve tendencia, pero todo lo que hay detrás, la historia, las manos que lo hicieron, se vuelven invisibles”.
Al escoger los textiles, la diseñadora optó por tonos de beige y blancos. Para ella, demuestran tranquilidad, sobre todo transmiten calma y paz. A veces entre siluetas y manipulaciones con propósito, el mensaje es más claro. Algunas prendas tienen arcilla, un gesto que las vuelve también culturales. Es una forma de reconectarse con la tierra y esculpirla a su manera.
María Sánchez, una artesana ecuatoriana, le enviaba los sombreros y la paja toquilla a Ortega. Ella desde Nueva York aprendió a manipular su forma y crear sus propias piezas escultóricas. Las siluetas de su colección se inspiran en la clase trabajadora, tanto ecuatoriana como norteamericana. Para Ortega, esta conexión funciona como un puente entre culturas, porque —como ella misma dice— “el arte es un puente entre los seres humanos, sin importar de dónde venimos ni qué idioma hablemos”.
Otra técnica que le apasiona a la diseñadora es el upcycling. Siempre ha permanecido en el lado consciente de la moda y esta colección no fue la excepción. Sus padres son dueños de una bodega de piezas de autos de segunda mano, donde aprendió el valor de transformar lo descartado.
Con métodos de patchwork y el uso de retazos, empezó a crear nuevos tejidos, reinterpretando lo imperfecto como un lenguaje propio. Le dio la vuelta a un lienzo y, sobre la madera, colocó clavos, creando un telar. Así, Ortega define su colección con las 3R: recordar, reimaginar y reciclar.
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Esta ecuatoriana hizo que su colección sea un símbolo de resiliencia y de orgullo nacional. Una forma de demostrar que Ecuador también tiene un lugar en la moda global y llegó el momento de hacerlo visible.
Desde Nueva York, sigue desarrollando su marca SOAK. Sus colecciones son atemporales porque –como ella explica– no es necesario lanzar seis líneas distintas al año, sino enfocarse en el propósito real. Espera colaborar con otros creativos y fortalecer el vínculo entre Ecuador y el mundo. “Los ecuatorianos tenemos un talento inmenso, pero a veces somos demasiado modestos para reconocerlo”. (I)