Jonathan Pérez Ortiz, como muchos ecuatorianos criados por figuras maternas, recuerda el tejido como una parte esencial de su infancia. Los niños eran asistentes indispensables cuando la madeja se enredaba: brazos extendidos y quietud absoluta hasta que se acabe de ovillar. Esos gestos cotidianos sembraron en él una fascinación por las agujetas, la tela y, más tarde, por el mundo de la moda.
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Quiteño con raíces carchenses, tiene 31 años y, aún después de tres colecciones y su participación en Guatemala, insiste en que no es diseñador. “Soy un artesano”. No estudió moda, pero lleva más de 12 años formándose de manera autodidacta. Es profesional en marketing y continúa trabajando en ello. Por eso su faceta creativa en la moda se enciende en su tiempo libre: durante las noches y los fines de semana, cuando puede tejer con su madre.
Durante la pandemia, se dedicó por completo al tejido. Ya había pintado en tela y confeccionado ropa, pero el crochet —que veía tejer a su mamá— lo atrapó. Empezó a experimentar con la idea de transformar la artesanía en un producto lujoso, vanguardista y poco convencional. Así nació ORRTHIZ, marca inspirada en el apellido de su madre.
Su explosión en redes llegó gracias a una colaboración con la diseñadora de joyas Luz Marina Jara. Juntos crearon pecheras tejidas que integraban piezas de metal, lo que llamó la atención del público y fue invitado al Quito Fashion Week 2024, como diseñador emergente.
“No pensé que tendría tanta acogida el concepto que le estoy dando al tejido. Quiero promover la cultura ecuatoriana desde la apreciación”.
Su primera colección, “Sin Nombre”, reflejaba la incredulidad de la oportunidad que estaba viviendo. Inspirada en los sentimientos del primer enamoramiento —y simbolizada en el sol y la luna— presentó ocho looks. Un año después, su segunda propuesta llamada “Contracaras” exploró la dualidad: hombre y mujer, luz y oscuridad, alma y mente. Su entrega más reciente, “Adiós”, creada junto a su madre en apenas un mes, revela una propuesta más madura. La historia del desamor y las relaciones tormentosas se narra en 16 outfits —10 femeninos y seis masculinos— con chaquetas, vestidos, pantalones y shorts.
“No pierdo el ADN de la marca, que es el tejido, pero experimenté con otras telas y con prints propios”, explica sobre su trabajo con mimbre, yute, flecos y crochet pintado. En tonos dorados, rojos, uvas y verdes, su propuesta también retoma símbolos de rebeldía y liberación: máscaras de la Diablada de Píllaro y guiños a los cañaris y a los guerreros de Atahualpa.
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“Que expertos de moda, dentro y fuera del país, valoren nuestro trabajo es indescriptible. Nunca antes a un diseñador emergente ecuatoriano se le habían dado oportunidades como las que hoy recibimos”. Para él, es vital que el país siga abriendo camino a los artesanos que también son diseñadores.
“Somos muchos, pero la falta de educación, tiempo y recursos limita mejorar los procesos artesanales. Por eso el apoyo es fundamental”.
Aunque su madre no pudo acompañarlo en su debut internacional, ORRTHIZ recalca que ella es el alma y la inspiración de la marca. “Ha sido un reto para los dos, salir de nuestra zona de confort. Está emocionada y creo que todavía no procesamos lo que estamos viviendo”. (I)