Una casa en el barrio de Bellavista, al norte de Quito. Tres días de encuentro y contacto con el trabajo de 30 marcas independientes que demuestran cómo la creatividad y el diseño en el país está en un buen momento. Una tienda pop-up como esa experiencia efímera —con inicio y fin— que adquiere un nuevo significado porque no es solo ir a comprar y ya… es algo más. Se trata de establecer puentes, de romper la barrera entre creador, creación, producto y posible comprador. La idea, en sí, es acercar.
“Creemos en la economía afectiva, en darle valor a algo más allá de lo económico (…) Ha sido bonito ir creciendo y entender que hay cosas que están pasando alrededor de la indumentaria que tienen un vínculo directo con nuestra cultura y con otras formas de creación”, dice Estefanía Cardona, quien está a la cabeza de Casa Kiki y de este pop-up que se realizó el último fin de semana de noviembre.
El pop-up es el concepto detrás de una tienda temporal que se empezó a popularizar a fines de los años 90 y que a inicios de siglo tuvo espacio en ciudades como: Nueva York, Londres, Berlín, Glasgow, Singapur, Hong Kong… Marcas y cadenas de retail encontraban un lugar curioso e interesante para instalarse y acercar sus productos a otros compradores. Hoy, si bien se mantiene el sentido básico de este tipo de tiendas, el foco está en la experiencia. Lo efímero es lo que le da valor.
Al tratarse de Casa Kiki —una tienda que funcionó desde 2022 y que en febrero de 2025 tuvo que cerrar las puertas por “la complejidad que tenemos los independientes de comercializar. No hay zonas de comercio, no hay calles peatonales para estos formatos y no queremos el centro comercial, sentimos que no son lugares que celebran el cariño, tiempo y la dedicación que le ponemos”, dice Cardona—, la particularidad de su pop-up tuvo que ver con el enfoque del que partió.
Porque se basó en un sentido de horizontalidad entre los participantes alrededor de cómo ven la creación. “Todos tenemos el mismo vínculo de ser creadores, incluyéndome. No hay diseñadores, ni arquitectos, ni ninguna profesión”. Y eso se tradujo en abandonar la costumbre de recibir como primera información el precio del objeto. Lo que importó fue contar de dónde vinieron los materiales que lo conforman, quién es el creador o la creadora y qué técnica utilizó.
“No estamos vendiendo, estamos contando la historia detrás de las creaciones. Por eso se borran esas líneas entre tienda, galería, concept store o casa”.
Moda, arte, libros y comida
- El pop-up de Casa Kiki tuvo mucho de moda y accesorios, con marcas como: Santo, Sez, Panteras Mambo, Lía Padilla, Theodora, Sumak Maki, Huarmi Maki, Sea you free, Wanahat y Transeúnte.
- Artistas gráficos y plásticos como: Polii Lunar, Marco Chamorro y Luisfer Carrera.
- Objetos de madera, cerámica y alfarería, con creaciones de Tika, Quitensis, Claudia Anhalzer, Ulbio Cevallos, Orígenes, Rumy, Tulip, Doga y Kozma.
- Diseño de joyas a través de los trabajos de Claudia Molestina, Lúcida Pura, Magma, Glub, Nura, Conya, Conzeta y Stardust.
- Productos de belleza y limpieza, con muestras de Apholra y Lola bath and chill.
- Editoriales independientes, como Severo editorial.
- También participó el restaurante Mr. Mrs. Ou.
El nombre de esta primera edición fue “Cerca del corazón, hecho en Ecuador” y tiene una explicación: “Cuando uno empieza a hacerse ciertas preguntas, las respuestas te llevan a entender que hay cosas que están hechas desde el corazón y así tiene otro valor”.
Ella pone como ejemplo lo que sucede con las prendas de Michael Landívar, hijo de padres ecuatorianos, que nació en Nueva York y que en esa ciudad estudió diseño de modas. “Luego viene a conocer Ecuador y a pesar de que ninguno de sus dos padres era de Otavalo, él se enamora de aquella ciudad, se queda ahí, hace comunidad y empieza a producir sus diseños con gente de la localidad. Entonces, para él tiene un vínculo importante el haber regresado a Ecuador, el haberse involucrado con la cultura kichwa”.
Para la fundadora de Casa Kiki —que trabajó este primer pop-up junto a Massiel Carrillo y Edgar Dávila Soto—, organizar esta primera edición fue algo intenso y de una logística rápida y de guerrilla. Pero eso no ha amainado el deseo de hacer más ediciones en otras ciudades del país. Este fue poner los pies en el agua y la experiencia fue valiosa.
“Hay mucha gente que nos encantaría poder involucrar y que tengan visibilidad”.
Al final, la idea es que los creadores fluyan, se muevan y se amolden a un sistema que busca el equilibrio entre todos y que se entienda a la creación como algo que va más allá del consumo. (I)