Nina Smith cree en los llamados. En esas voces que aparecen cuando algo se enciende por dentro y te empuja a actuar. En la tradición gitana, explica, se llaman duendes, figuras que susurran al oído aquello que estás destinada a hacer. Para ella, cada proyecto nace así, como una chispa exterior que cobra sentido cuando se le da forma. Multifacética es una palabra que podría describir su camino y, aunque la moda ha sido solo una de sus etapas, ella siente que siempre ha estado acompañándola.
Nació un 18 de febrero en Quito y cuando le pregunto sobre su infancia me dice que no recuerda mucho, pero que sabe que lo que ella es hoy es consecuencia de su genética, de la fe, la espiritualidad y el erotismo: su madre, de joven, intentó una vida como monja y su padre es un reconocido pintor erótico. Smith creció en una casa artística con dos hermanos más. Juntos hacían títeres con piezas de tela para improvisar obras de teatro.
Su infancia la pasó en Santo Domingo de los Tsáchilas, donde recuerda a su primera mascota: una gallina blanca llamada Condesa. En este lugar sintió una conexión con la naturaleza, sin embargo, regresó con su familia a Quito para iniciar su etapa de colegio. Fanática de Madonna, Tina Turner y otros personajes de rock, se cargó de rebeldía lo que le causó más de un problema en la institución donde estudiaba.

“Yo creo que me convertí en una provocadora por el estricto manejo de la religión en los colegio. Y empiezo a mirar desde ahí, desde ese ámbito, para poder salir y tener libertad, porque lo mío es ser totalmente autodidacta”, dice.
A sus 15 años, tras el divorcio de sus padres, se mudó con su papá al barrio de Jipijapa. Entre pasodobles y corridas de toros —sonidos que luego formarían parte de su estética— comenzó a construir su imaginario. Estudió danza contemporánea durante cinco años y más tarde incursionó en el modelaje, etapa en la que trabajó por dos años. Fue entonces cuando algunas personas le sugirieron usar su propio nombre como marca personal.
Acompañó a su padre a distintas giras alrededor del mundo y a los 18 años conoció a la pareja con quien tendría sus tres hijos para los 21: Matheo, Anahí y Nicolás. “Para mi fue natural tener hijos joven. Yo siempre amé a los bebés y tenerlos fue un descubrimiento totalmente diferente. Te saca a esa leona que llevas dentro para protegerlos”, cuenta Smith.
En esta época empezó a comercializar obras de arte, incluidas las de su padre, lo que la llevó a tener galerías, luego restaurantes y después la organización de eventos y bodas.
“A mí se me pone algo en la cabeza y lo hago, creo que el arte te lleva siempre a muchas ramas”, reflexiona la diseñadora.
Para Smith, su vida siempre estuvo empapada de la moda. Ella buscaba elementos que sean diferentes en su forma de vestir. Entre risas admite que su estilo no está acorde al clima de Quito porque nunca se pone sacos o abrigos. Por eso cree que, en 2024, inconscientemente puso atelier a su proyecto en el Centro Histórico, aunque en ese momento no era para dar sus primeros pasos en esta esfera sino para escribir su primer libro.
En este espacio puso un maniquí que le regaló una amiga y un día que llevó telas para que le confeccionaran ropa, empezó a jugar sobre esta figura. “Recuerdo que puse una seda roja, blanca y negra y la colgué solamente para ver. Después dije que esto era súper fácil porque si la envolvía bien ya quedaba como una pieza”. Así iniciaron sus primeras creaciones con kimonos. No tenía intención de venderlos pero terminó haciéndolo gracias al boca a boca de sus amigas.

“El kimono es una pieza con libertad, emula la tu segunda piel. Para mí el terciopelo y la seda es lo más sensual que tú puedes tener encima. Puedes estar elegante, con tactos, descalza. Es una prenda tan ecléctica que puedes mezclarla como sea”, asegura Smith.
Con la llegada del Quito Fashion Week en 2024, Smith vió una oportunidad. Aunque no conocía el mundo de las pasarelas ni del fitting room, preparó su colección titulada Ocho días por el tiempo que tuvo para prepararla. Inspirada en Frida Khalo, presentó una propuesta de 12 looks con kimonos pintados a mano. “Frida surgió con unos bocetos que yo tenía en mi libreta e intenté contar su vida a través de la piezas”.
Para el evento de este año, realizó una investigación profunda sobre el pueblo gitano y sus tradiciones. Ella misma, aunque tenga nacionalidad ecuatoriana, reconoce su alma como gitana. “Desde pequeña me lo dicen, pero no por mi maquillaje o por mis ojos bien pintados; es por mi forma de ser. Entiendo y acepto los ciclos. Nada es para siempre”, dice
En la pasarela, reconoce que lo más primordial para ella es la teatralidad y contar siempre una historia, por esta razón cada modelo se apropió de la prenda y caminaba con la naturalidad que le naciera en el momento: unos lento, algunos bailando y otros corriendo. Los personajes que estudió —como el tío Moncho, Niña Pastori o Rafael Farina— influyeron directamente en la colección de 2025, titulada Sastipen Tali, que en caló (idioma gitano) significa salud y libertad. El rojo, el negro y el blanco, colores característicos de su universo, acompañaron cada paso como símbolos de deseo, ruptura y emancipación.
“Para mí, la pasarela fue un cierre de una etapa de mi vida y la decisión de escogerme a mí, como mujer”, cuenta.
El próximo 17 de diciembre su atelier cumple un año. Entre risas me confiesa que no sabe si lo cerrará: entiende cada proyecto como un ciclo que se termina. Hoy trabaja en Virgin Bags, una colección de carteras de mimbre, y en su libro El Diario Rojo, que llegará en febrero y que lo define como el primer diario erótico del país. “Es un arte objeto, con un Quito y un mundo encerrado dentro. Está perfumado de fe y erotismo”, reflexiona, con los mismos elementos que han guiado su vida, su estética y cada uno de sus llamados. (I)