McQueen y John Galliano: The Fall and Rise son dos largometrajes biográficos que retratan a dos de los diseñadores ingleses más influyentes y controvertidos de la historia de la moda contemporánea. Si bien ambos documentales conmueven al recorrer sus colecciones y shows más emblemáticos, hay circunstancias que se repiten y que no pueden pasarse por alto: la salud mental, la depresión, las adicciones y, en el caso de McQueen, el suicidio. ¿Coincidencia o síntoma estructural de un sistema que exige hasta consumirse por completo?
Los paralelismos abundan. Ambos crecieron en familias estrictas y distantes del mundo de la moda. Sin embargo, el destino parecía empujarlos al mismo camino: la creación. Incluso compartieron institución: Central Saint Martins, una de las universidades de arte y diseño más prestigiosas del mundo. Desde sus desfiles de graduación captaron la atención de críticos y profesionales, gracias a su capacidad para conceptualizar y narrar historias a través de la ropa. Sus colecciones trascendían la categoría de prenda: eran manifiestos artísticos que mantenían expectantes a todos sobre su próximo paso.
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En sus inicios, ninguno contaba con grandes presupuestos. Se las ingeniaban para hacer mucho con poco: telas baratas transformadas en cortes sofisticados, ensamblajes únicos y pasarelas memorables que se construían gracias al trabajo de equipos que colaboraban casi sin cobrar. Había un entusiasmo compartido que se convertía en una especie de inversión comunitaria. Sus primeras pasarelas se realizaron con modelos, maquillistas, joyeros, estilistas que no cobraban... “Era como si, incluso, pagáramos por trabajar con él” dice Alice Smith, amiga y primera representante del diseñador, quien colaboró en la creación del logo de la firma —la característica c dentro de la Q— sin recibir remuneración, aunque lo asumió como parte del impulso colectivo.
Esa fuerza creativa atrajo pronto el interés de figuras clave: André Leon Talley y Anna Wintour, quienes reconocieron el potencial de Galliano; mientras que Isabella Blow se convirtió en la mentora personal de McQueen, conectándolo con el circuito del lujo. Galliano fue nombrado director creativo de Givenchy en 1995, el primer británico en dirigir una maison francesa de alta costura. Permaneció poco más de un año, hasta que en 1996 LVMH lo trasladó a Dior. Su reemplazo en Givenchy fue McQueen. La moda parisina entraba en una nueva era con dos ingleses radicales a la cabeza.
El salto a estas casas implicaba trabajar con presupuestos gigantes, pero también con calendarios extenuantes. No solo el talento contaba: la red de contención y cuidado personal era determinante. Detrás de la fantasía estaba el desgaste físico y mental de sostener marcas millonarias, bajo la presión de conglomerados como LVMH. Por ello, ambos contaban con un equipo que, también, eran amigos cercanos, que siempre los quisieron y creyeron en ellos.
Pronto, tanto Galliano como Alexander McQueen se consolidaron como referentes de espectáculo y lujo. Sus pasarelas se convirtieron en shows mediáticos y sus prendas en íconos de alfombras rojas. El sueño parecía cumplido, pero en la moda el éxito rara vez es un destino: más bien es un punto de partida de producción desmedida.
Galliano relata en el documental que llegó a diseñar más de 32 colecciones al año: mujer, hombre, niños, joyería, bolsos, gafas… además de supervisar marketing, ventas, eventos y sostener sus propias firmas, absorbidas por conglomerados. Hoy, la marca John Galliano pertenece a Renzo Rosso, fundador del grupo OTB, mientras que Alexander McQueen es propiedad de Kering, uno de los gigantes del lujo.
Galliano admite que, mientras la maquinaria produzca, la persona detrás apenas cuenta. Esa fragilidad quedó expuesta tras la muerte de Steven Robinson, su mano derecha y asistente creativo, quien no solo organizaba el caos laboral, sino que lo acompañaba y cuidaba en su vida personal. Su ausencia dejó un vacío que derivó en un deterioro público: adicciones, episodios de alcoholismo y, finalmente, los comentarios antisemitas que lo expulsaron de Dior y casi lo borraron de la industria. Hasta el día de hoy se debate la carga moral y ética de estos comentarios al haber estado bajo la influencia de drogas. Sin embargo, la huella no se borra ni es cuestionable. Aunque logró un retorno como director creativo de Maison Margiela en 2014, en diciembre de 2024 se anunció su salida. Hoy no diseña ni para Margiela ni para su propia firma.
El documental de McQueen, en cambio, expone la intimidad de un creador que reconocía que sus colecciones eran “extremadamente personales”, imposibles de delegar. Sus shows eran espectáculos oscuros y poéticos que combinaban técnica impecable y narrativa cruda. Sin embargo, la presión fue vaciando sus espacios de contención: muchos colaboradores se marcharon y la muerte de su amiga y mentora, Isabella Blow, profundizó una depresión que empeoró tras la pérdida de su madre. Al día siguiente de su fallecimiento, McQueen se quitó la vida.
Galliano confesó que la noticia lo golpeó como algo personal, como si hubiese perdido un espejo, pero reconoce que la suya ha sido otra clase de muerte: lenta, pública, marcada por la pérdida de amigos, credibilidad y sueños. Porque al final, en este sistema, los sueños cumplidos parecen transformarse en pesadillas y la moda que creemos consumir, en realidad, termina consumiéndonos a nosotros. (I)