Más alla del swipe

La nueva era del “dating”

¿Existía el amor antes de Bumble, Tinder y Hinge? Así es como una generación de personas que buscan pareja, que creció deslizándose en apps, ahora busca conocer gente de formas nuevas (y algunas muy antiguas).

Por Sarah Thankam Mathews

¿Cómo es el mundo de las citas? — Arte por: K Young

A principios de este año, Whitney Wolfe Herd, fundadora de Bumble y cofundadora de Tinder, propuso una solución para el futuro de las citas: la inteligencia artificial. En el Bloomberg Technology Summit en San Francisco, Wolfe Herd imaginó un escenario en el que el “consejero de citas” de IA de un usuario “saldría” con los consejeros de IA de otras personas, recomendando los mejores matches entre todos. Tanto en línea como fuera de ella, la gente reaccionó con malestar, diversión y horror, señalando que esto era literalmente la trama de un episodio de la serie distópica Black Mirror.

Las predicciones de Wolfe Herd sobre el futuro de las citas existen en un contexto histórico. En la primavera de 2020, cuando el COVID-19 azotó Estados Unidos, el uso de plataformas para encuentros se disparó. La función de videollamada de Bumble aumentó un 70 %. Los usuarios de OkCupid que tuvieron citas virtuales se multiplicaron por siete. Tinder rompió un récord de deslizamientos en un solo día: 3.000 millones en todo el mundo.

Cuatro años después, recordamos uno de los patrones más persistentes de la naturaleza, la cultura y los mercados: la curva S, o curva sigmoide. Para cada auge, hay una caída; para cada periodo de florecimiento, uno de decadencia. En 2023, la base de 10 millones de usuarios suscriptores de Tinder disminuyó un 8 % tras tres trimestres consecutivos de descensos. A finales de 2023, el precio de las acciones de Match Group, que opera el mayor portafolio de servicios de citas en línea (incluyendo Tinder, OkCupid y Hinge), había caído a una quinta parte de su pico en 2021. Las acciones de Bumble también han caído hasta un 85 % desde su salida a bolsa en febrero de ese año.

Decir que este tipo de apps están en su “era flop” no es controversial. Tanto en línea como fuera de ella, los usuarios se quejan de la experiencia: aburrida, compulsiva, improductiva, a veces francamente dolorosa, aunque algunos reconocen haber conocido buenas parejas en ellas. Incluso las aplicaciones antes consideradas “buenas” han sido criticadas, como Hinge por su infame “Rose Jail”, término acuñado por usuarios para describir la práctica de ocultar los perfiles más atractivos y compatibles tras muros de pago.

Las plataformas de citas no crearon un mundo de agotamiento general, políticas crueles de deseabilidad, interacciones sociales desagradables o la extracción de ganancias de cada función posible de la vida humana. Sin embargo, con frecuencia permiten —o son permitidas por— exactamente estas cosas. Estas dejan al descubierto los principios de la vida moderna que se han vuelto insoportables.

Pero no siempre fue así. Yo crecí cuando eran la novedad, una sucesora desinfectada del mundo de los anuncios personales de Craigslist y los foros sórdidos. El mensaje era el mismo optimismo tecnológico que sonaba desde Silicon Valley en los primeros 2010: que éramos criaturas sublimes de progreso, que podíamos usar la tecnología para “disrumpir” lo ineficiente y anticuado, que lo que más necesitábamos era satisfacer los deseos de nuestro cerebro reptiliano: más abundancia, agencia, recompensa y facilidad.

¿Pero ahora? “Es una total enshittification ahí”, dice Marlene*, una artista visual y profesora de 35 años en el norte de California, sobre las aplicaciones. Enshittification es un término tecnológico acuñado por el escritor Cory Doctorow para describir el tipo de decadencia que ocurre en las plataformas digitales cuando las empresas priorizan las ganancias y el crecimiento sobre los intereses de sus usuarios.

Al principio, las empresas “son buenas con sus usuarios”, escribió Doctorow, explicando el proceso de enshittification. “Luego abusan de sus usuarios para beneficiar a sus clientes comerciales. Finalmente, abusan de esos clientes para recuperar todo el valor para sí mismos. Y entonces, mueren".

“Creo que tener apps explícitamente para citas, a estas alturas, es algo loco”, dice Luke, un músico de 26 años de Filadelfia. 

Parte de la generación Z y viviendo en una gran ciudad estadounidense, Luke es el público objetivo ideal de estas plataformas , pero las ha borrado todas de su teléfono. “Conocer gente a través del celular es muy superficial. No puedes realmente conocer a alguien así". 

Luke es parte de una vanguardia creciente que rechaza lo que ya no les sirve, optando por dejar las salidas mediadas por el celular en busca de una conexión más humana.

Quienes salen sin apps suelen depender de una combinación de su círculo social, actividades, rutinas y suerte. Muchos han aceptado que la soltería es un posible resultado de sus elecciones, y uno que prefieren antes que años de deslizar sin felicidad. Manu, una profesional de 41 años en Nueva York, borró sus apps en 2020. A principios de este año, alguien que conoció hace 15 años la contactó por Instagram. Comenzaron a hablar extensamente; Manu experimentó una profundidad de conexión y deseo que no sentía desde hacía mucho. 

“Y cuando digo que esto sacudió mi mundo por completo”, dice, “no exagero. Ahora planeo un viaje para verlo en Londres en unas semanas. Preferiría hacer esto que tener, no sé, tres citas en Brooklyn. Las aplicaciones han sido absolutamente devastadoras para mí.”

Mark, un mesero de veintitantos en Chicago, no jura que dejará las apps para siempre. Pero el año pasado quitó Grindr, Hinge y Scruff de su teléfono. “Soy algo romántico, y las plataformas… no lo son”, dice. “Me hacían sentir mal, y en un par de casos sentí que eso me llevó a actuar mal también". 

Aun así, le cuesta imaginar que su rechazo a estas sea definitivo. “A veces estoy en la calle y escucho la notificación de Grindr en el teléfono de alguien más y siento ese cosquilleo, como que lo quiero”, explica. “Es como si intentara dejar de fumar o algo así". 

La metáfora de la adicción puede tener algo de cierto: dejar estas interfaces puede ser difícil. Este pasado Día de San Valentín, Match Group fue demandada en un tribunal federal de San Francisco en Estados Unidos; la demanda colectiva alega que plataformas como Tinder y Hinge, propiedad de la empresa, buscan “transformar a los usuarios en jugadores atrapados en la búsqueda de recompensas psicológicas que Match hace elusivas a propósito". 

Las personas que han eliminado sus apps intentan conocer gente de formas que pueden sonar familiares o novedosas, dependiendo de cuándo naciste y cuánto te reconfiguraron los años de COVID-19: en bares y eventos sociales; a través de amigos y presentaciones; en clubes de lectura y grupos de ciclismo; mediante activismo y fiestas sexuales. Una pareja que ahora está casada se conoció coordinando trabajo para un grupo de ayuda mutua en su vecindario.

Pero para entender el nuevo paradigma emergente de las salidas, hay que comprender lo que sustentaba el anterior.

Arte por  K Young

En su libro de 2019, The End of Love, la socióloga Eva Illouz señaló que “la cultura de consumo —posiblemente el eje de la identidad moderna— se basa casi axiomáticamente en la práctica incesante de la comparación y la elección”. Illouz citó a un banquero que comparó conseguir una salida en las aplicaciones con pedir comida por delivery; dijo que estas son “la economía de libre mercado llevada al sexo.”

En otras palabras, dentro de este ecosistema, tus deseos personales, la historia que los formó, tu contexto emocional y tu capacidad de crecer junto a otra persona importan mucho menos que el simple hecho de tener opciones  Según los ejecutivos e ingenieros de las apps, lo que más importa es un mercado sexual y romántico abundante donde los usuarios puedan seleccionar y consumir, de forma eficiente, lo que, o a quien, desean.

Y resulta que, una década después, mucha gente no quiere un mercado infinito ni ser uno de sus productos. Lo que cada vez más personas buscan es conexión, gratificación, diversión, compañía, dulzura—idealmente accedidas de formas un poco más humanas.

Dejar las apps ha sido, para muchos, menos un rechazo de la tecnología y más una negativa a jugar bajo el mandato moderno de maximizar la comparación y la elección sin fin—y potencialmente terminar más solo y hambriento que antes. Muchos usan Instagram, Twitter y TikTok para iniciar conversaciones con personas que les interesan. Una variante low-tech es el “date-me doc”, que surgió en círculos tech, de altruismo efectivo y racionalistas, a veces con recompensas en efectivo para quien consiga pareja al autor. Estos “CV románticos”, publicados en Google Docs o Notion, incluyen referencias y ensayos personales sobre lo que buscan.

Marlene, la profesora del norte de California, ha conocido a dos personas en persona usando un “date-me doc” de 1,300 palabras que creó. Fueron buenas experiencias, dice. “Se sintió más humano, todos siendo directos sobre lo que quieren y tomándose el tiempo de leer sobre el otro”. El reto, señala, es “que te encuentren” en los directorios, así que pidió a amigos que compartieran el suyo. Su franqueza y vulnerabilidad, espera, invitarán lo mismo de los demás.

Anne*, una escritora de 55 años en Brooklyn que se metió a estas plataformas tras un divorcio y recientemente las dejó, opina que muchos que se inscriben en perfiles suelen ser deshonestos consigo mismos, y por tanto con los demás, sobre lo que realmente quieren. “Ves gente que dice buscar pareja, pero solo quieren entretenimiento y hedonismo. Otros dicen buscar hedonismo, y en una hora ves que en realidad anhelan compañía. Solo se están mintiendo a sí mismos y a los demás.”

Más allá del afán de lucro, hay razones no tecnológicas por las que las apps resultan dolorosas y frustrantes para tantos. El problema, al final, no es solo de las máquinas. Incluso en el prometido mercado infinito, existe una brecha creciente entre géneros, en ideología (hombres más conservadores, mujeres más liberales), educación (ellas más propensas a tener título universitario y ventajas económicas) y madurez emocional.

Además, en el gran río de Tinder confluyen quienes buscan pareja duradera, quienes buscan encuentros casuales, quienes buscan entretenimiento, distracción, validación, oportunidades de negocio o evasión de relaciones existentes. Todos estos motivos y personas se mezclan incómodamente en una gran piscina, deslizándose en jerarquías algorítmicas de elegibilidad.

La gente, a veces sin querer, usa estas interfaces de forma ambivalente y transaccional, lo que significa que usan a los demás igual.

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“Creo que la gente carece de ciertas habilidades sociales, especialmente los más jóvenes que crecieron con la pandemia”, reflexiona Luke. Hay menos oportunidades y más barreras para conocer gente y relacionarse bien. Por eso, cree, salir sin apps es útil como práctica social.También destaca el valor de la rendición de cuentas que surge al formar parte de una red relacional conocida—una responsabilidad que desalienta conductas crueles o indiferentes, del tipo que deja a tantas personas heridas y desmoralizadas. “Creo que estar fuera de las aplicaciones me obliga a interesarme por personas con las que tengo vínculos sociales. No puedes simplemente desaparecer del mapa". 

Salir y conocer gente offline con intención implica apertura, autoconfianza, vulnerabilidad, pulir habilidades sociales oxidadas, estar presente, pedir ayuda a otros para encontrar pareja, perder las recompensas dopaminérgicas de las plataformas y la fricción (y liberación) de expresar el deseo o la falta de él cara a cara.

Quienes dirigen estas empresas quizá no entienden, o eligen ocultar, es que el romance, el erotismo y el amor no tienen nada que ver con la eficiencia, sino con los misterios y vaivenes del yo. Cómo alguien crece. Cómo responde a otro. Cómo alguien descubre el deseo, momento a momento, cambiante pero con patrones, como el clima.  Cómo uno se comprende a sí mismo en relación con un mundo más amplio —un mundo social. Aquello que el mundo tecnológico ha catalogado como ineficiencia, resulta ser, quizás, una parte crucial para descubrir quién eres y qué deseas.

O quizá sí lo entienden. Al fin y al cabo, Whitney Wolfe Herd conoció a su esposo en persona, conversando en las pistas de esquí de Aspen. Nadie sabe mejor que los propios ejecutivos de las apps que no están dando buenas experiencias a muchos usuarios actualmente. Han observado la caída de la curva S de la industria y están reestructurando nuevos widgets, soluciones y salidas a la enshittification que no impliquen sacrificar ganancias. Sea cual sea el resultado, el modelo de citas infinitas por swipe probablemente será cosa del pasado en unos años.

Una pionera en un modelo alternativo es Lex, la app más pequeña y centrada en la comunidad queer. Recientemente, pasó de ser una aplicación enfocada en citas a una plataforma social más amplia. Su CEO, Jennifer Rhiannon Lewis, dice que responden a la demanda de los usuarios: “Vimos que, tras la pandemia, para los Gen Z, un match directo para una salida romántica era un salto muy grande, prefieren conocerse como amigos o en grupo y que la relación surja después.”

Para Rhiannon, permitir que la gente forje lazos auténticos en persona puede sentar una base más sólida para el romance. “Encontramos que las opciones de amigos, grupos, comunidad y salidas funcionan para nuestra audiencia. Las personas LGBTQ+ más jóvenes tienden a rechazar un poco más las estructuras tradicionales y binarias de género, sexualidad e incluso las formas convencionales de relación.” explica. 

Las aplicaciones de citas no surgieron de la nada. Antes de Tinder, Match o Hinge, existían foros, anuncios, casamenteros formales e informales. Antes, la comunidad sentía cierta responsabilidad de conectar a quienes no habían encontrado pareja—o matrimonio. Se entendía, como ahora, que el mundo suele favorecer a quienes están en pareja. Pero también persistía la idea de que nos pertenecemos unos a otros, que somos responsables de la soledad y el trato entre nosotros. Claro, este paradigma no siempre fue positivo, especialmente para personas no normativas en entornos conservadores.

Pero al final del día, no hay nada más humano que necesitar ser querido, esperar compañía, buscar a alguien a quien desear o cuidar. En un sistema hipercapitalista, toda necesidad insatisfecha se transforma en intercambio financiero. Y la necesidad insatisfecha es la base sobre la que se construyeron estas plataformas. Como hemos visto, también pueden surgir respuestas comunitarias no capitalistas, aunque suelen depender de unos pocos comprometidos y altruistas: quienes organizan eventos, quienes hacen de casamenteros, quienes observan y conectan a sus amigos con sensibilidad.

En los últimos años han surgido más respuestas colectivas ante los desafíos de tener citas en la vida real. El capítulo neoyorquino de los Socialistas Democráticos de América ha organizado eventos de speed-dating que se agotan. Durante un tiempo, Randa Sakallah, una escritora radicada en San Francisco que también quería dejar las apps, creó Hot Singles, un boletín y comunidad en línea que presentaba perfiles personales en formato de entrevista. Hot Potato Hearts, una empresa de speed-dating en Chicago dirigida por dos mujeres queer, también busca crear “comunidad auténtica y relaciones de todo tipo, sacándonos del teléfono y conectándonos en persona". 

Luke, de Filadelfia, está interesado en alguien que conoció a través de la hermana de un amigo que conoce en la organización. Pase lo que pase, espera seguir fuera de las apps y priorizar parejas conocidas orgánicamente, a través de la comunidad. “Además”, añade, “hay que tener vida social para tener relaciones reales. Si quieres conocer gente, lo mejor es tener amigos".

El cambio se avecina, sea cual sea la forma en que salgamos. Puede que implique que tu avatar de IA escanee otros 600 para encontrarte matches, accediendo a datos íntimos de tu vida y psique. Pero no tiene por qué ser así. El rechazo, la reinvención y el cuidado mutuo podrían indicar un camino diferente. Si suficientes personas rechazan el paradigma de la última década, ese camino podría ser algo distinto a “la economía de libre mercado llevada al sexo”, o la pareja, o el misterio anhelado que llamamos amor.

El año pasado, Aimée*, una poeta de 28 años en el Área de la Bahía, borró todas las aplicaciones de citas de su teléfono. Poco después, notó a una mujer hermosa en su clase de yoga, que a veces le devolvía la mirada.

Dice que en la vida real, lejos de estos programas, admitir la atracción puede ser mucho más arriesgado. "Me sentí extraña en esta situación tan confusa de no saber si la otra persona se sentía atraída por mí y también si era queer", dice. "Con las aplicaciones de citas, realmente no tienes que lidiar con eso".

Pero cuando Aimée se reencontró con la chica de su clase de yoga en un concierto, la invitó a salir. Han estado saliendo desde entonces.

*El nombre ha sido cambiado.

Este artículo salió originalmente en Harper’s Bazaar USA.