Cada trazo que pinta nace de una emoción. En su taller improvisado en Miami, Carla Romero Zunino convierte el caos en color y la vulnerabilidad en fuerza. A sus 25 años, esta artista nacida en Guayaquil, Ecuador, construyó un lenguaje visual profundamente personal, donde la pintura, la moda y la dirección creativa se entrelazan en una misma búsqueda: “crear para entenderse”.
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Carla descubrió su voz pictórica en uno de los momentos más difíciles de su vida. Tras mudarse de Chicago a Miami, enfrentó la ansiedad y la incertidumbre de un nuevo comienzo. Una noche, incapaz de dormir, tomó un lienzo que guardaba “para decorar la casa” y empezó a pintar sin intención. Aquel impulso dio origen a su primer cuadro en años —una pieza desordenada, melancólica y visceral— que hoy conserva como recordatorio de su transformación. Desde entonces, pintar se volvió un acto de sanación: un diálogo silencioso entre mente y cuerpo. “Mis pinturas tienen alrededor de 20 capas, cada una es lo que siento en un día. Voy tapando emociones, descubriéndolas, sacándolas, volviéndolas a cubrir”, explica Romero, en una entrevista con Harper’s BAZAAR Ecuador. Cada lienzo es un espejo emocional, una conversación íntima con lo que lleva dentro.
Con la moda su relación comenzó mucho antes. Romero se formó en Chicago en publicidad y relaciones públicas —con un minor en Studio Art—. En 2020, lanzó TranszparenZa, una marca de upcycling con la que transformaba ropa descartada en piezas únicas hechas a mano. En un Ecuador todavía reticente al consumo circular, su propuesta fue pionera. “En ese momento nadie compraba second hand, lo veían como algo sin valor. Pero para mí, cada prenda tenía una historia detrás”. La marca, sin embargo, tuvo que detenerse durante la pandemia, un cierre inesperado que lejos de apagar su impulso creativo, la llevó de regreso a la pintura.
Hoy, desde Miami, Romero continúa expandiendo su alcance artístico y ha presentado su obra en galerías de Miami y Nueva York, incluida su más reciente muestra: “Parece que bien” en Arrival Gallery (Nueva York), en octubre pasado. Además, su trabajo figura en el libro Arts to Hearts Project: 101 Artbook Abstract 2025 Edition, donde se destaca a artistas emergentes de la escena global.
Su estilo personal refleja ese mismo espíritu: se viste como pinta, con intención, intuición y energía. Lo urbano y lo poético conviven en armonía, en una estética que fluye entre la pintura, el performance y la moda. En Miami, ha llevado su obra a espacios inesperados —desde clubes hasta encuentros nocturnos— donde la pintura deja de ser objeto para volverse experiencia compartida. Para esta guayaquileña, el arte ya no se contempla, se vive.
Su proceso creativo tiene algo de ritual. A veces pinta rodeada de amigos, ruido y vida. Otras, en silencio absoluto. Lo único constante es la necesidad: “si no tengo un lienzo en blanco en casa, no me siento tranquila”. En una etapa intentó ajustar su trabajo a lo “vendible”, hasta que entendió que ese camino la alejaba de sí misma. Desde entonces, pinta solo lo que siente. Su arte no busca aprobación, busca conexión.
En sus primeras obras aparecía un pequeño avión, símbolo de distancia y observación. Hoy ha desaparecido: ya no mira desde arriba, ahora habita lo que pinta. Sus formas orgánicas —casi anatómicas— evocan el cuerpo interior: heridas, nudos, recuerdos que se vuelven belleza. Su trabajo es alquimia emocional, vulnerabilidad convertida en oro.
“Quiero que mis obras se sientan como un abrazo para quien esté pasando por cualquier cosa. Que alguien se detenga y se vea reflejado”.
Ser mujer y artista, para Romero, es una forma de afirmarse en el mundo. Durante años evitó definirse como tal, hasta que su propio trabajo —las galerías, los curadores, los espacios que la acogieron— le devolvieron la certeza de lo que ya era: una creadora en toda su dimensión. Hoy lo asume sin miedo: “sí, soy artista. Sí, pinto”. Lo que antes parecía un título demasiado grande ahora lo lleva con orgullo y gratitud. Desde su práctica, abre camino para una generación de mujeres que buscan expresarse sin pedir permiso, recordando que la autenticidad también es poder.
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Romero pertenece a una generación que convierte la sensibilidad en fuerza, que entiende el arte no como evasión, sino como manera de estar en el mundo. Trabaja como artista visual —pintando, colaborando y exhibiendo su obra en espacios internacionales— y su meta es expandir esa trayectoria. “¿Qué más puedo pedir? Hacer lo que amo”.
En su universo, crear no es escapar de la vida, sino aprender a sentirla. Carla Romero Zunino se pinta a sí misma una y otra vez, hasta encontrarse. Con cada obra, reafirma que la fuerza no está en ocultar la emoción, sino en habitarla. Su arte recuerda que la vulnerabilidad también es poder y que cuando una mujer crea desde la verdad, transforma todo lo que toca. (I)