“Soy muy tímida frente a la cámara”, dice Jennifer Aniston, en lo que resulta una confesión sorprendente para alguien que ha pasado gran parte de su vida frente a una. “No soy una modelo…”. Aniston es —descubro cuando la encuentro en su mansión amurallada en el barrio de Bel-Air en Los Ángeles— una mezcla curiosa de lo familiar y lo inesperado.
Ahí están su voz y su impecable timing cómico, tan reconocibles por sus décadas en Friends. Su figura, esbelta y tonificada, como aparece en pantalla. La simpatía natural que la ha convertido en la encarnación perfecta del papel de “la chica de al lado”, en el que ha sido encasillada con frecuencia. Aunque asegura sentirse incómoda al ser fotografiada, es una entrevistada relajada, articulada y muy experimentada.
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A veces, sin embargo, me toma por sorpresa con un comentario incisivo (por ejemplo, su antipatía hacia las redes sociales) o una confesión espontánea. En varias ocasiones saca a colación temas —la terapia, la infertilidad, su lucha por ser tomada en serio— que yo había supuesto vetados. En parte —me dice— simplemente ha dejado de preocuparse por cómo la prensa interpretará sus palabras. “Cuanto mayor soy, menos me interesa corregir una narrativa, porque eventualmente se corrige sola”, comenta, adoptando una postura de yoga sentada en el suelo frente al sofá, con un aire casualmente chic en jeans y camiseta sin mangas.
“El ciclo de noticias es tan rápido que simplemente desaparece. Claro que hay momentos en los que siento ese impulso de justicia —cuando se dice algo que no es cierto y quiero enmendarlo—. Y luego pienso: ¿de verdad tengo que hacerlo? Mi familia conoce mi verdad, mis amigos conocen mi verdad”, dice Aniston.
La “verdad” sobre la vida privada de Aniston —especialmente la muy pública ruptura de su relación con Brad Pitt en 2005 y su posterior matrimonio de tres años con Justin Theroux, que terminó en 2018— ha sido blanco de una incesante especulación mediática, eclipsando a menudo sus logros profesionales. Y a lo largo de todo ello, ha continuado demostrando discretamente su valía como actriz con proyectos que hablan por sí solos.
Hoy estamos aquí para hablar sobre lo que es quizá la corona de su carrera hasta ahora: la temporada más reciente de The Morning Show, de la cual ella y su gran amiga Reese Witherspoon son protagonistas y productoras ejecutivas. “Empezamos como niñas inocentes en Friends", dice, recordando los dos episodios en los que Witherspoon interpretó a Jill, la hermana menor de Rachel Green, ”y siempre dijimos que nos encantaría colaborar en algo". Cuando leyeron el guion de The Morning Show —que dramatiza la vida detrás de cámaras de un noticiero matutino y aborda el tema del acoso sexual en el trabajo— vieron la oportunidad de trabajar juntas.
El material resonó con Aniston, quien llevaba mucho tiempo como productora, inicialmente como una de las cofundadoras de Plan B Entertainment junto a Pitt (él se convirtió en el único propietario tras su divorcio) y más tarde como cocreadora de Echo Films junto con su socia Kristin Hahn.
“Recibí muchas palmaditas en la cabeza —muchos “Ay, qué linda”— antes de que me apartaran con delicadeza", señala sobre sus intentos de presentar ideas de producción. Eso fue suficiente para hacerla consciente de ”la toxicidad entre bambalinas, el abuso de poder y cómo se enfrentaban las mujeres entre sí, en cine y televisión".
The Morning Show ha sido justamente aclamada por su asombrosa capacidad para anticipar acontecimientos mundiales. Una temporada presenta a un magnate tecnológico al estilo Elon Musk que envía al espacio al personaje de Witherspoon en una escena que recuerda la burda maniobra publicitaria de Lauren Sánchez Bezos a comienzos de este año. “Juro que hay una bola de cristal en la sala de guionistas. Siempre van un paso adelante".
Ella interpreta a la veterana periodista Alex Levy —una figura que es a la vez un pilar de fortaleza y profundamente vulnerable— con seguridad y sensibilidad, lo que le ha valido elogios generalizados y, en 2020, un premio del Sindicato de Actores. Los paralelismos entre la actriz y su personaje son imposibles de pasar por alto; de hecho, a veces cuesta recordar que Levy no es simplemente un vehículo para la voz de Aniston, especialmente cuando habla de querer una relación con alguien en quien pueda confiar.
“Ambas estamos en el ojo público. Las dos hemos vivido bajo la lupa. Las dos entendemos esta industria dominada por hombres. Pero no tengo, por ejemplo, la capacidad de Alex para estallar. Amo las escenas en las que Bradley (el personaje de Witherspoon y su coanfitriona en el programa) y yo simplemente explotamos, porque yo no hago eso. He ido a demasiada terapia como para no saber que así no se logra nada".
La terapia de la que habla la ha ayudado a desentrañar algunas de las complejidades de una infancia que, según admite, no siempre fue fácil. Nacida en Los Ángeles y criada en Nueva York tras la mudanza de su familia, sufrió las consecuencias de la separación de sus padres cuando tenía nueve años. “Su divorcio no fue amistoso de ninguna manera, forma o estilo, y era una época en la que no había mucha conciencia de cómo comportarse por el bien del niño. Eso era lo que menos les preocupaba —más bien, ¿cómo podían lastimarse mutuamente? Y yo era solo un peón”.
Al mismo tiempo, manifiesta que su madre y su padre eran "ridículamente divertidos" y que siempre estuvo "rodeada de mucha risa". La comedia se convirtió en una fuente de consuelo: primero para verla en televisión y, más tarde, como su especialidad actoral. Encontró su vocación muy joven y se inscribió en una escuela de artes escénicas en Manhattan, tras lo cual su carrera comenzó con lentitud, con papeles menores en varias series poco recordadas a finales de los años ochenta y comienzos de los noventa.
Luego, todo cambió de la noche a la mañana cuando fue elegida para Friends, cuyo episodio piloto se emitió en 1994. La respuesta fue apoteósica, algo que, visto en retrospectiva, no sorprende en absoluto a Aniston.
"Hay algo en la química del elenco que hizo que fuera un momento irrepetible y que simplemente quedó capturado en cámara".
De hecho, habla de su experiencia en el programa con una nostalgia encantadora. Me acerco al tema con cautela al principio, pues algunos actores no disfrutan que se les pregunte por roles pasados cuando están promoviendo proyectos nuevos, pero Aniston ve claramente ese periodo de su vida como un manantial de recuerdos invaluables. “Me formó por completo. Fue pura alegría. Esperaba cada día con ilusión. No podía esperar para llegar al trabajo. No podía esperar para ver a esa gente. No podía esperar para leer los guiones: filmábamos cada viernes por la noche y, justo después de terminar, encontrábamos el nuevo guion del lunes en el camerino. Estaba tan emocionada de descubrir qué iba a suceder como, estoy segura, lo estaba el público”.
El elenco era —y sigue siendo— famoso por su estrecho vínculo, llegando incluso a unirse para asegurarse de que todos recibieran el mismo salario ("no hay nada más fuerte que el poder de seis personas exigiendo lo mismo"). Me cuenta que se reunió con Courteney Cox y Lisa Kudrow apenas unas semanas atrás para cenar. “Sé que, si necesitara algo, iría directo al chat que tenemos y estarían ahí para mí en dos segundos. Fue como si nos hubiéramos casado, son mi familia. A veces amas odiar a tu familia, pero es un compromiso de por vida".
A ese círculo familiar en pantalla le falta ya un miembro cuando Matthew Perry, quien interpretó al querido Chandler Bing, murió en 2023 por un ahogamiento accidental tras una sobredosis de ketamina, el desenlace de una lucha de décadas contra la depresión. "Es desgarrador que tuviera tantos demonios. Pero, para alguien con tanta conmoción interna, sí que logró reír mucho y eso lo era todo para él", dice Aniston en voz baja.
Asegura que, sin Perry, no existe escenario posible en el que haya un remake o secuela de Friends ("sería literal y físicamente imposible"), pero le conmueve que una nueva generación haya abrazado la serie, con todas sus imperfecciones anacrónicas. "La gente dice que vuelve a ver episodios para mejorar su salud mental, que si están estresados por las noticias o el mundo, se sientan y ven un episodio de Friends. Y ese es el mayor cumplido".
Aunque Aniston hoy ve solo aspectos positivos en la permanencia del fenómeno Friends, en algún momento de su vida debió ser frustrante la dificultad de desprenderse del manto de Rachel Green. Era tan perfectamente Rachel —cuyo legado vive en el corte de cabello escalonado que lleva su nombre— que los directores de casting intentaban asignarle papeles similares una y otra vez. “Lo entiendo y no los culpo. Hasta que pudiera demostrar que era capaz de hacer algo distinto, ¿por qué habrían de confiar en mi palabra y contratarme a ciegas? En mi corazón, yo sabía que podía”.
Su interpretación en el drama The Good Girl (2002) fue un punto de inflexión, otorgándole reconocimiento como una actriz capaz de asumir desafíos más complejos: "Fue como una carta, una moneda de cambio que podía usar para obtener papeles más serios". Después vinieron películas que mostraron su capacidad para romper con su propio arquetipo: una dentista sexualmente depredadora en la hilarante —aunque imperfecta— Horrible Bosses y su secuela (2011 y 2014); una mujer con dolor crónico en Cake (2014); y la madre insensible de una adolescente con sobrepeso en Dumplin’ (2018), para la cual recurrió a su experiencia personal con una relación materna complicada. Estos dos últimos proyectos se realizaron a través de su compañía productora, que le ha permitido contar historias centradas en mujeres que merecen llegar a la pantalla.
Es, en líneas generales, optimista sobre el estado de la industria cinematográfica para las mujeres hoy, especialmente por la presencia de actrices mayores que gozan de éxito. "La idea social de una fecha de caducidad ya no existe, es una ideología antigua. Aquí estamos y somos más de la mitad de la población… ¿y alguno de ustedes, idiotas, estaría aquí si no fuera por nosotras?", añade, sonando por un instante como una de sus valientes alter egos en pantalla.
"La sabiduría que las mujeres mayores tienen para aportar es extraordinaria y es una de las áreas donde hemos visto un progreso real en el cine". Le sugiero que ella misma es una pionera en ese sentido y de inmediato esquiva el cumplido: "¡No voy a atribuirme haber abierto ningún camino!", enfatiza, antes de corregirse. "Reese, Nicole [Kidman], Julianne [Moore], Sandy [Sandra Bullock]… Todas esas mujeres que han estado aquí, y siguen aquí, han sido ejemplos de lo que somos capaces. Así que, si somos pioneras, llevaré ese título con honor".
También ha encabezado la conversación sobre cómo se trata a las celebridades femeninas en los medios, sobre todo en lo que respecta a decisiones reproductivas profundamente personales. Durante casi dos décadas, Aniston fue objeto de un escrutinio constante acerca de si estaba, no estaba o estaría embarazada, con rumores que sugerían que su divorcio de Pitt se debía a que priorizaba su carrera sobre tener hijos. En realidad, llevaba un proceso privado de fecundación in vitro que, finalmente, no tuvo éxito.
Durante mucho tiempo guardó silencio, sin querer avivar el debate, pero en 2016 decidió que ya era suficiente y escribió un artículo de opinión para HuffPost denunciando el comportamiento insensible de los medios tradicionales. "No conocían mi historia ni lo que había estado viviendo durante los últimos 20 años intentando formar una familia, porque no salgo a contar mis problemas médicos", afirma, pasando al tiempo presente como si reviviera el dolor.
"Eso no es asunto de nadie. Pero llega un punto en el que ya no puedes no escucharlo: la narrativa de que no voy a tener un bebé, no voy a tener una familia, porque soy egoísta, porque soy una adicta al trabajo. Sí me afecta —soy un ser humano. Todos somos seres humanos. Por eso pensé: “¿Qué demonios?". Habló en nombre de otras mujeres en su situación, "porque conocía a muchas que estaban intentando tener hijos, que estaban lidiando con la FIV (fertilización in vitro). Así que sentí que no era solo por mí, sino por cualquiera que estuviera enfrentando lo mismo".
Aunque agradece que la cultura del tabloide —y los días del “círculo de la vergüenza”— tenga hoy menos fuerza, le preocupa que la crueldad que antes vivía en las páginas de revistas y periódicos simplemente se haya trasladado al mundo sombrío de las redes sociales: "Ahora cualquier imbécil puede quedarse en el anonimato y escribir lo que le dé la gana…".
Sus preocupaciones sobre el dominio de la tecnología en nuestra sociedad son profundas y se reflejan en los temas de la nueva temporada de The Morning Show. Hay una línea argumental en la que el personaje de Aniston es víctima de una suplantación mediante deepfake, algo que le ocurre con cierta frecuencia en la vida real. “Me topo con cosas todo el tiempo o amigos me mandan cosas diciendo: ‘No creo que seas tú’ o ‘no creo que estés anunciando esto’, y se lo envío a mis abogados para que presenten una orden de cese y desistimiento. Es como un tren desbocado", comenta sobre el crecimiento de la IA. ”La gran tecnología, es una locura…". Le inquieta especialmente la falta de regulación en el uso que los jóvenes hacen de las redes sociales.
“Seguro que los tipos que la inventaron pensaron que era una gran idea y, sí, felicitaciones por sus miles de millones, pero ha derribado a una enorme parte de la humanidad”.
La frustración que siente por el espacio que ocupa la tecnología en nuestras vidas ("si estás en un restaurante, la capacidad de atención de la gente es tan limitada que siempre están revisando el teléfono") hace que valore aún más las conexiones presenciales. Es ferozmente leal a sus amigos, incluidas las mujeres con las que vivió cuando se mudó por primera vez a Los Ángeles, como parte de una comunidad bohemia en Laurel Canyon. Ellas visitan con frecuencia la casa de Aniston en Bel-Air para mantener su tradición de cenas de domingo —"hamburguesas y ensalada o a veces hacemos comida mexicana"—. “Son personas maravillosas, amables, divertidas y es un día de la semana para reírse a carcajadas". También tiene sólidas amistades masculinas, sobre todo con el actor Adam Sandler, con quien ha coprotagonizado varias películas. ”Ese es un tipo que se tiraría a las vías por mí".
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Para Aniston, el feminismo tiene que ver con la solidaridad y con presentar un frente unido. “No significa excluir a los hombres ni que los hombres apesten. Se trata de que las mujeres quieran venir a la fiesta, que quieran estar en la mesa. Los hombres y las mujeres nos necesitamos mutuamente. Es una colaboración maravillosa".
Aniston lleva una vida plena y ocupada, comenzando cada día con su ya famosa rutina de ejercicio (tiene una asociación con Pvolve, que combina entrenamiento de fuerza con esculpido al estilo pilates). Divide su tiempo entre proyectos actorales y la gestión de sus distintos negocios, que incluyen su marca de cuidado capilar LolaVie y un papel como directora creativa en la empresa de suplementos de colágeno Vital Proteins.
Cuando hablamos, está a punto de pasar tres meses en Nueva York filmando la nueva serie de Apple TV+, I’m Glad My Mom Died, inspirada en las memorias del mismo nombre de Jennette McCurdy. También está en marcha un proyecto de su socia creativa Hahn —parte de su grupo de amigas de Laurel Canyon—, inspirado libremente en ese periodo formativo de sus vidas.
Finalmente, Aniston alberga el sueño de presentarse en un escenario de Broadway. “No he hecho teatro todavía porque me aterra, pero es lo único que no he intentado, además de hacer un álbum… ¡que dudo que haga! Pero crecí en Nueva York y amaba ir al teatro, así que creo que sería divertido”.
Hasta entonces, están sus adorados perros —Lord Chesterfield, un labrador retriever, y Clyde, un mestizo de schnauzer— para acompañarla (ambos se quedan con nosotros en el sofá durante toda la entrevista y Aniston se interrumpe a cada rato para hacerles mimos). Luego está su supuesta relación con Jim Curtis, un hipnoterapeuta y experto en bienestar con quien se la vincula románticamente desde el verano. La pareja ha sido vista en una doble cita en Nobu, en Malibú, con Courteney Cox y su novio; y también juntos en un yate en Mallorca. Cuando nos encontramos, está a punto de viajar con amigos a Londres para una pequeña escapada, una ciudad que adora desde que filmó allí los célebres episodios de Friends, emitidos en 1998, que narran la fallida boda de Ross con Emily, interpretada por Helen Baxendale.
Señala un pequeño dibujo de un esqueleto en la pared de su sala de estar y me cuenta que lo compró durante una jornada de compras con sus compañeros de reparto, cuando estaban allí filmando tantos años atrás. Lo recuerda tan vívidamente como permanece para todos nosotros: una serie que, al igual que Jennifer Aniston, sigue fascinándonos. (I)
Este artículo salió originalmente en la edición de Noviembre 2025 de Harper's BAZAAR Reino Unido.