
Hay un momento en la vida de toda mujer en el que el espejo comienza a adquirir un nuevo significado. Deja de ser un reflejo y se convierte en un espacio íntimo de experimentación, un escenario en el que se despierta la curiosidad por descubrir quiénes somos y cómo queremos mostrarnos al mundo. Para muchas adolescentes, el maquillaje aparece como ese primer lenguaje estético: un gesto de juego, de búsqueda, de identidad. Frente a este despertar, la recomendación de Carla Navarrete Garcés, especialista en medicina estética, con formación en España y México, es clara: evitar la prohibición. Convertir esta etapa en un tabú solo la vuelve más distante e incomprensible; en cambio, puede transformarse en una oportunidad de conexión y de cuidado entre madre e hija.
Entre los 12 y 15 años, los cambios hormonales comienzan a dejar huella en la piel: aparecen brillos inesperados, brotes de acné o una mayor sensibilidad. En ese contexto, según la experta, lo más importante es acompañar, no cubrir. Antes que la base o el rubor, se necesita una rutina de cuidado.
También te puede interesar: Luar y M.A.C Cosmetics se unieron para crear otro It Bag en la NYFW
Iniciar con gestos simples puede hacer la diferencia: limpiar el rostro por la mañana y por la noche, con productos como aguas micelares o espumas suaves; hidratar con fórmulas ligeras; entender los procesos de exfoliación sin abusar de ellos; y, sobre todo, integrar el protector solar como un ritual cotidiano. Este aprendizaje, para Navarrete, previene daños y enseña disciplina, constancia y amor propio.
La alimentación es otro elemento que forma parte de esta ecuación: disminuir azúcares y productos procesados ayuda a mantener una piel más equilibrada. Y, cuando el acné aparece, la clave es el apoyo de un especialista, porque “tiene que ser tratado, no escondido”.
Conforme pasan los años, hacia los 16, el interés por el maquillaje suele intensificarse. Ya no se trata solo de probar un brillo en los labios, sino de explorar fórmulas, texturas y colores. Aquí, la guía debe ser consciente: enseñar a reconocer qué productos son adecuados y cuáles conviene evitar. La especialista insiste en mantener distancia de los cosméticos comedogénicos, aquellos cargados de grasas o ceras que obstruyen los poros y favorecen las imperfecciones.
No son recomendables las bases pesadas que sofocan la piel; mejor pensar en opciones más ligeras como una BB cream, que además de unificar el tono puede aportar hidratación y, en muchos casos, protección solar. En cuanto a rímel, labiales o sombras, lo ideal es optar por pigmentos de origen natural, fórmulas sencillas, sin químicos agresivos. Siempre con la certeza de que lo que se aplica, se retira: desmaquillarse cada noche debe enseñarse como un acto de cuidado.
Contenido relacionado: La ecuatoriana detrás del peinado y maquillaje de grandes marcas y celebridades
En esta edad, también resulta esencial transmitir que el maquillaje no tiene que ser parte de la rutina diaria. Puede ser un ritual especial, un juego reservado para ciertos momentos, un recurso para resaltar lo que ya existe, no para enmascararlo. En lugar de convertirlo en un hábito automático, vale la pena enseñarle a la adolescente que pintarse los labios o delinear los ojos puede ser tan extraordinario como ponerse un vestido especial: un gesto que no define quién es, pero sí acompaña el estado de ánimo.
Al final, el maquillaje puede convertirse en mucho más que una cuestión estética. Es un puente generacional, un espacio de diálogo y complicidad entre madres e hijas. Probar juntas un color de labios, reírse frente al espejo o compartir secretos de aplicación son pequeños actos que construyen confianza y cercanía. Es una oportunidad para enseñar que la belleza comienza en el cuidado, que menos es más y que la piel es un reflejo de salud. (I)