Llegaron discretamente, de la mano de la ciencia, con el objetivo de controlar la diabetes tipo 2. Pero bastó que comenzaran a provocar pérdidas de peso significativas para convertirse en protagonistas de un nuevo momento de la medicina metabólica y, al mismo tiempo, en fenómenos de consumo impulsados por redes sociales, la estética y la ansiedad colectiva por cuerpos delgados. Las inyecciones para pérdida de peso, como la semaglutida (comercializada como Ozempic y Wegovy) y la recién llegada tirzepatida (nombre comercial Mounjaro), representan hoy el punto de encuentro entre avances científicos, transformaciones culturales y dilemas éticos que van desde la regulación médica hasta la glamourización de la pérdida rápida de peso.
Para entender los impactos y los riesgos de esta revolución, consultamos a dos especialistas que siguen de cerca este nuevo capítulo de la salud y la sociedad. La Dra. Marcella Garcez, médica nutrióloga y directora de la Asociación Brasileña de Nutriología (ABRAN), y la Dra. Fabiana Drezza, médica con posgrado en Nutriología y Medicina del Estilo de Vida, coinciden en reconocer la eficacia de los medicamentos. Pero, también son claras al señalar los límites entre el uso responsable y la banalización de un tratamiento originalmente diseñado para casos específicos de sobrepeso y obesidad.
La semaglutida y la tirzepatida pertenecen a la clase de los agonistas (activadores) de los receptores de GLP-1, hormonas intestinales que modulan la saciedad y la liberación de insulina. La diferencia, sin embargo, está en la innovación de la tirzepatida, que actúa simultáneamente sobre los receptores de GLP-1 y GIP. “Esta acción doble potencia sus efectos sobre la saciedad, el control glucémico y la quema de grasa”, explica Marcella Garcez. Según estudios clínicos, la tirzepatida puede proporcionar una pérdida promedio de hasta el 22 % del peso corporal total, superando los ya impresionantes resultados de la semaglutida, que rondan alrededor del 15 %.
Ambas médicas defienden el uso de estos medicamentos dentro de protocolos bien definidos. “Antes de iniciar, es indispensable pasar por una evaluación médica rigurosa. El paciente debe realizarse exámenes de laboratorio para verificar marcadores como: amilasa, lipasa y calcitonina, además de descartar antecedentes familiares de cáncer medular de tiroides o pancreatitis”, explica Fabiana Drezza. La Dra. Marcella complementa que, durante el tratamiento, el seguimiento debe ser continuo, con ajustes de dosis, apoyo nutricional y reeducación alimentaria. “Y después del uso, el plan no termina: es necesario crear estrategias para el mantenimiento del peso con cambios consistentes en el estilo de vida. Sin eso, el peso vuelve”, dice.
El llamado “efecto rebote” (el aumento de peso tras la interrupción del uso) es uno de los temas que más confusión genera. Marcella aclara: “es real. Al suspender el medicamento sin un cambio de hábitos, el cuerpo tiende a recuperar el peso perdido porque el apetito aumenta y el metabolismo se desacelera”. Fabiana, sin embargo, propone una mirada más técnica: “el rebote no es exactamente un efecto secundario del medicamento, sino la respuesta fisiológica del cuerpo a la pérdida de peso. La tasa metabólica baja y el apetito puede aumentar hasta 100 calorías por kilo perdido. Si la persona no tiene una estructura conductual sólida, vuelve a comer más y engorda de nuevo".
Para ambas, las inyecciones no son soluciones milagrosas ni productos de vanidad, sino herramientas poderosas cuando se indican correctamente. Aun así, no es raro ver pacientes con peso normal o incluso delgados usando los medicamentos para adelgazar por motivos meramente estéticos.
“Es peligroso. El uso fuera de las indicaciones aprobadas puede traer riesgos a la salud, como desnutrición, efectos secundarios gastrointestinales, pérdida de masa muscular e incluso trastornos del comportamiento alimentario”, alerta Marcella.
Fabiana pondera que hay casos individualizados en los que personas con IMC normal, pero con un porcentaje elevado de grasa corporal o sarcopenia (pérdida de masa magra), pueden beneficiarse del uso, siempre que sea con un seguimiento riguroso.
Los riesgos no terminan ahí. La popularización creó un mercado paralelo de productos falsificados. Además, existen reportes de aplicación indebida por profesionales no habilitados, que encendieron la alerta sobre el uso indiscriminado. “Es esencial que el paciente sepa de dónde proviene el producto y que esté siendo orientado por un médico”, enfatiza Fabiana.
A pesar del revuelo alrededor de las inyecciones, ambas médicas coinciden en que los pilares clásicos para adelgazar siguen siendo válidos. “El estilo de vida sigue siendo la base del tratamiento: alimentación equilibrada, sueño adecuado, actividad física regular y manejo del estrés”, dice Marcella. Y aunque las dietas, según Fabiana, todavía tienen su lugar. “La mejor dieta es aquella que el paciente puede mantener a largo plazo, con enfoque en la saciedad y el mantenimiento de masa magra, priorizando las proteínas".
¿Y qué hay de la presión estética, tan presente en las redes sociales que exaltan los “milagros” de las inyecciones? “El criterio médico siempre debe considerar el cuadro metabólico del paciente y no un modelo corporal idealizado. La sociedad impone un modelo irreal de delgadez y eso puede llevar al uso indebido de tratamientos serios”, afirma Marcella. Para Fabiana, el camino es la personalización basada en exámenes y composición corporal, no solo en el número de la balanza.
Curiosamente, también existe el otro lado de la ecuación: personas con sobrepeso que son metabólicamente saludables. “Sí, es posible. Lo importante es observar la presión arterial, el perfil lipídico, la glucemia y el estilo de vida. Hay personas con sobrepeso que tienen buenos hábitos y son más saludables que personas delgadas sedentarias y con malos hábitos alimentarios”, comenta Fabiana. Marcella está de acuerdo: “es difícil, pero no imposible".
El prejuicio contra las personas con sobrepeso, sin embargo, persiste incluso dentro del sistema de salud. “La obesidad es una enfermedad crónica, compleja y multifactorial. No es simplemente falta de fuerza de voluntad. El juicio moral solo dificulta el tratamiento”, dice Fabiana. Para Marcella, es necesario ampliar el acceso al tratamiento y reducir el estigma. “Necesitamos mirar al paciente con empatía y ofrecer un enfoque individualizado, que tome en cuenta factores genéticos, conductuales y sociales".
La ciencia sigue avanzando. Además de los tratamientos actuales, otras moléculas prometedoras están en desarrollo, como la cagrilintida (que reduce el apetito) y el bimagrumab (que aumenta la masa magra). Nuevos estudios exploran la manipulación del microbioma, la genética de la obesidad y las intervenciones en el sistema nervioso central. “Estamos entrando en una nueva era del tratamiento del peso corporal, con enfoques más refinados y efectivos”, dice Marcella. Fabiana concluye con optimismo: “El futuro es prometedor. Pero siempre con ética, responsabilidad y enfoque en la salud y no solo en la apariencia".
Al final, la pregunta que queda es: ¿está la sociedad preparada para manejar el poder de estas herramientas con madurez y discernimiento? ¿Seguiremos tratando la delgadez como un fin en sí misma y no como una de las posibles expresiones de un cuerpo saludable?
Este artículo salió originalmente en Harper’s BAZAAR Brasil.