La acidificación capilar ha saltado a la fama en redes sociales por sus beneficios
La acidificación capilar ha saltado a la fama en redes sociales por sus beneficios Freepik

En el universo de los cuidados capilares, algunas técnicas ganan proyección no solo por su efecto estético, sino por el rescate que proponen: tratar el cabello desde su estructura más pequeña, respetando las particularidades de cada hebra. La acidificación capilar es uno de esos rituales, discreta, estratégica y altamente eficaz, que se ha convertido en una aliada poderosa para quienes buscan melenas más saludables, con brillo real y textura equilibrada.

Más allá de una tendencia pasajera o de un “truco” viralizado en redes sociales, este proceso tiene fundamento técnico y viene siendo adoptado por terapeutas capilares que ven la belleza como consecuencia de la salud y el equilibrio. Una de esas especialistas es Kelly Barbosa, terapeuta capilar con foco en hebras con curvatura, que trabaja desde la comprensión del cuero cabelludo como punto de partida para cualquier transformación verdadera.

Según Kelly, la acidificación no debe ser confundida con un tratamiento en sí. En realidad, actúa como un paso de preparación, un ajuste fundamental para que las hebras estén en su mejor condición para recibir los activos de mascarillas nutritivas o reconstructoras. “Equilibra el pH, especialmente cuando están porosos, resecos o sensibilizados por químicos. Cuando está muy alto, las cutículas quedan abiertas lo que hace que tu melena pierde agua y nutrientes con facilidad. El acidificante entra justamente para alinear esa estructura”, explica.

Un cuidado que comienza en la estructura invisible

Para entender la importancia de esta etapa, es preciso antes comprender cómo se comporta una hebra dañada. La porosidad capilar, por ejemplo, es resultado de la apertura excesiva de las cutículas, algo que puede suceder después de coloraciones, alisados, exposición intensa al calor o incluso al sol y la polución. Con las cutículas abiertas, la estructura capilar pierde su capacidad de retener los tratamientos que recibe.

En ese contexto, el acidificante funciona como una especie de “regulador de ambiente”: no trata directamente el daño, pero crea las condiciones ideales para que los tratamientos hagan efecto. “Es como preparar la piel para un sérum potente. Sin esa preparación, el mejor producto del mundo tendrá poco impacto. Con la melena, es la misma lógica”, dice Kelly.

Por eso, cada vez más profesionales de la belleza la incorporan en protocolos postquímicos o en los ciclos de cuidado para rizados y crespos; que, por su propia estructura, son más propensos a la resequedad y al enmarañamiento.

Indicaciones y frecuencia: qué observar

Aunque la técnica puede beneficiar a todos los tipos de pelo, se muestra particularmente eficiente en casos de hebras opacas, decoloradas, con textura áspera o que se enmarañan con facilidad. La clave, sin embargo, está en la personalización: entender lo que cada cabello necesita y adaptar la frecuencia de uso.

En melenas extremadamente porosas, la recomendación puede ser semanal, siempre seguida de un cuidado nutritivo o reconstructor, que será mejor absorbido después del proceso. Las hebras solo secas o levemente dañadas pueden aplicarlo quincenalmente o incluso una vez al mes. Más que seguir una fórmula fija, es esencial observar la respuesta de la hebra a lo largo del tiempo.

Además, puede —y debe— realizarse luego de tratamientos químicos. “Es un momento en que el cabello está más sensible y, por lo tanto, más susceptible a desequilibrios en el pH. El uso del acidificante justo después de procesos como coloración o decoloración ayuda a estabilizar la estructura de la hebra y evita daños más profundos”, orienta la terapeuta.

Sin embargo, como todo cuidado eficaz, es preciso atención a la medida. Cuando se utiliza en exceso, la técnica puede provocar el llamado efecto rebote: la hebra, en vez de recuperarse, entra en un estado de sobrecarga, con rigidez y opacidad.

Mitos y verdades sobre la acidificación

Con la popularización de la técnica, algunos mitos comenzaron a circular. Uno de los más comunes es que sella las cutículas de la hebra, lo que, en la práctica, solo ocurre mediante procesos químicos. Otro mito recurrente es que el acidificante puede sustituir tratamientos como la hidratación o la reconstrucción, lo que tampoco procede.

“En realidad, el proceso los potencia, pero nunca los sustituye. El papel del acidificante es corregir el ambiente, como quien ajusta la iluminación antes de pintar un cuadro. Solo con el pH correcto el cabello consigue de hecho beneficiarse de los activos aplicados”, explica Kelly.

Por eso, la recomendación es clara: prefiera productos listos, formulados específicamente para esa función, y evite recetas caseras o soluciones improvisadas, que pueden interferir negativamente en la estructura de las hebras. Siempre que sea posible, cuente con la orientación de un profesional especializado, especialmente si tiene historial de procesos químicos o está en transición.

Un gesto de escucha y reconexión

Al final de cuentas, la acidificación se revela como algo más que una etapa de rutina capilar. Representa un gesto de escucha: a las necesidades de la hebra, a la historia que ella carga y de lo que intenta comunicar. Cuando es incorporada con cuidado y criterio, se transforma en un ritual silencioso, aunque profundo, de aquellos que no solo restauran la belleza externa, sino que reestablecen vínculos con el propio cuerpo.

Por eso, no debe ser vista como una solución aislada, sino como parte de un cuidado más amplio, técnico y consciente. Se trata de un recurso que potencia resultados, siempre que sea insertado en una rutina capilar bien orientada, con atención al tipo de hebra, a la frecuencia ideal y a la combinación con tratamientos adecuados. Con el acompañamiento profesional, es posible transformar la relación con el propio cabello, no solo en el aspecto visual, sino también en la comprensión de lo que él necesita para mantenerse saludable.

Este artículo salió originalmente en Harper’s BAZAAR Brasil.