
Símbolo de identidad, autenticidad y rebeldía, los tatuajes se han convertido en un gran dilema. “Eternos” y prohibidos en algunas religiones, esta forma de expresión está siendo cada vez más eliminada en la búsqueda de una “estética limpia”. La tendencia del momento, que remueve los tatuajes dejando un aspecto de piel de bebé, tiene adeptos como Justin Bieber, quien apareció sin ellos en una publicidad, y Pete Davidson. El comediante, tenía más de 100 y decidió borrar casi todos, alegando que estaba cansado de pasar horas cubriendo los diseños para grabaciones. A lo largo del proceso, gastó cerca de 1,1 millones de reales brasileños (unos US$ 220.000) y tardó años en eliminar lo que muchos consideraban su sello personal.
Además, vivimos en un escenario en el que lo eterno asusta a la nueva generación y la ola de conservadurismo crece. El look limpio (como ya decían las “clean girls”) se volvió sinónimo de elegancia y sofisticación, muy diferente al pasado, cuando los diseños eran elegidos como “el del momento” para ser eternizados, y ni siquiera los tatuajes con errores eran borrados fácilmente. ¿Quién recuerda el clásico símbolo del infinito o la estrella en el hombro, que marcaron la estética de una generación?
A diferencia de antes, el borrado de tatuajes se ha vuelto un procedimiento más sencillo gracias a la tecnología de los láseres, marcando la era de un nuevo estándar estético. Actualmente, es el método más eficaz y seguro, especialmente el Q-switched y el de picosegundos. “Actúan al romper los pigmentos de la tinta en partículas diminutas, que son removidas gradualmente por el sistema inmunológico del cuerpo”, comenta la dermatóloga Gabrielli Saab. Aunque son los favoritos para eliminar la tinta, existen alternativas como la dermoabrasión (un lijado controlado de la piel) o la escisión quirúrgica (eliminación mediante corte y sutura) y la aplicación de sustancias químicas. Sin embargo, estas opciones presentan mayor riesgo de cicatrices, resultados estéticos insatisfactorios y solo se indican en casos muy específicos.
La primera opción no es más que un láser que emite pulsos de luz altamente concentrada, absorbidos por el pigmento del tatuaje. Cada longitud de onda alcanza colores específicos, fragmentando el pigmento sin dañar la dermis circundante. “Es el método más eficiente por ser selectivo, seguro y por ofrecer buenos resultados con menor riesgo de complicaciones”, explica la médica. Sin embargo, aunque la tecnología está extremadamente avanzada en comparación con el pasado, existen desafíos en la intervención, como la profundidad de la tinta en la dermis. Gabrielli afirma que no siempre un tatuaje puede borrarse completamente. Factores como el tipo de pigmento, el color de la tinta y el tiempo de exposición influyen mucho. En algunos casos, incluso con la eliminación, pueden quedar sombras o vestigios de la tinta.
Ella explica además que los tonos negro y azul oscuro son más fáciles de remover. El rojo, amarillo y verde son más resistentes. Los tatuajes profundos requieren más sesiones, mientras que los más antiguos son más fáciles de tratar. En general, las cutis más claras responden mejor al láser y tienen menos riesgo de hiperpigmentación. “La intervención puede llevar de 6 a 12 sesiones, con intervalos de cerca de 4 a 6 semanas entre cada una. Esto significa que el tratamiento completo puede durar desde algunos meses hasta más de un año, dependiendo de cada caso”, explica, destacando que personas muy bronceadas, embarazadas, con enfermedades de la piel activas (como psoriasis o vitiligo), infecciones locales o con tendencia a formar queloides deben evitar el procedimiento.
Aunque el dolor de hacerse un tatuaje está en el consciente colectivo, pocos hablan sobre los riesgos de su remoción. Aunque es seguro, existen riesgos como hipopigmentación (aclaramiento), hiperpigmentación (oscurecimiento), ampollas, irritaciones y, en casos raros, cicatrices. “Estos riesgos se minimizan cuando el procedimiento es realizado por profesionales calificados y con equipos adecuados”, comenta la médica y destaca que, después de cada sesión, la dermis pasa por un etapa inflamatoria natural, pudiendo presentar enrojecimiento, hinchazón y descamación. La regeneración generalmente lleva de 7 a 10 días.
A pesar de esto, con la evolución de las tecnologías y las investigaciones en curso, hoy es posible realizar sesiones con menos efectos colaterales y mayor precisión. En los consultorios, es posible aplicar anestesia tópica local, haciendo el proceso menos doloroso. ¿Será este el fin de la era rebelde?
Este artículo salió originalmente en la edición de abril de 2025 de Harper’s BAZAAR Brasil.