A 10 minutos del Aeropuerto Internacional Mariscal Sucre de Quito se encuentra Chaupi Estancia Winery. Esta boutique de vinos aparece al final de un camino de tierra y una entrada de ladrillo rojo en forma de arco. Al llegar, nos reciben Daniela y Melissa Del Pozo, dos hermanas que reactivaron este lugar en 2022. El espacio, con más de seis hectáreas, nació hace más de 30 años como el sueño de un norteamericano.

Dick Handal, empresario apasionado por esta bebida, llegó en 1994 mientras trabajaba en el sector textil en el país. Además de propagar la variedad original de uva que había ya en Yaruquí –parroquia donde se encuentra el viñedo– importó otras cepas desde California. Aquí, el extranjero experimentó con más de 30 opciones hasta identificar las aptas para el clima ecuatoriano.
“Handal lo concibió como una pequeña estancia de uva en la Mitad del Mundo, lo que coincide con su nombre Chaupi, que significa ‘pequeño’ en kichwa”, explica una de las hermanas.
Con el tiempo y por razones personales, Handal regresó a su país. El cambio de administración dejó el lugar abandonado durante ocho años, aunque Carlos Vera —enólogo que trabajó con el estadounidense— y su familia mantuvieron los cultivos. Fue aquí donde las hermanas Del Pozo cruzaron su camino con este espacio. “Venimos de una familia emprendedora. Tenemos varios negocios, entre ellos el cultivo y la exportación de flores”, cuenta Daniela. En 2018, adquirieron una propiedad en Cotacachi, donde encontraron por sorpresa vides (plantas trepadoras leñosas de las que se obtienen las uvas). Un año después, buscando un espacio cercano al aeropuerto, descubrieron Chaupi.


Dividieron el terreno para mantener el cultivo de flores y, desde hace tres años, iniciaron las adecuaciones para devolverle vida al viñedo. Modificaron la infraestructura, reestructuraron la marca y recuperaron las plantas. Hoy, Chaupi luce acogedor y ofrece cuatro experiencias: degustación con recorrido, maridaje, propuestas culinarias y un espacio para eventos. Una casa recibe a los visitantes y, detrás de ella, aparecen las primeras plantas de uva. “Actualmente, tenemos 11 cepas en producción”, comenta Daniela, mientras abre una funda de tela que protege un racimo para que probemos sus uvas dulces, una característica marcada por las condiciones de la región.
“Normalmente, la uva es una planta de cuatro estaciones y necesita el invierno como un factor esencial para su producción. El cultivo suele darse entre 0 y 800 msnm. Aquí –en Yaruquí– estamos a 2.400 msnm, lo que desafía las reglas tradicionales y genera un perfil distinto al europeo”, señala Melissa.

Mientras descendemos por el terreno, las emprendedoras nos muestran cómo propagan las plantas a partir de esquejes (fragmentos). Entramos al invernadero, donde se conservan todas las variedades como Merlot, Zinfandel y Cabernet Franc. En la época adecuada, los visitantes pueden participar en la vendimia (recolección) y luego conocer el proceso en el laboratorio y en los tanques de fermentación, donde la uva se transforma en vino.
“Somos una bodega que produce entre 1.200 y 1.500 botellas al año. Nuestra intención –según Melissa– es que entiendan lo especial que es crearlo en estas condiciones climáticas”.
Luego pasamos al espacio de procesamiento. Allí se conoce sobre su trabajo manual, que varía según se trate de vino tinto o blanco. Entre barricas francesas y americanas, cuartos fríos y máquinas que filtran, embotellan y colocan el corcho –del cual también tienen árboles en la propiedad– la bodega conserva las tradiciones. Esto se percibe en su cava, donde es posible observar la historia del lugar a través de las botellas guardadas. Actualmente, producen dos perfiles: el blanco “Palomino Fino” y el blend tinto “Fragolino”. La estancia ofrece opciones de añadas antiguas, fuera de producción, pero disponibles por copa gracias al uso de Coravin, un sistema que permite servir el vino sin abrir la botella.


El equipo de BAZAAR probó el blanco, un vino de color amarillo claro, casi dorado, con matices verdes. Es aromático desde el primer olfato, con notas de piña y plátano; luego aparecen perfiles horneados como manzana, mantequilla, vainilla y miel. Aunque estos aromas podrían sugerir dulzor, la bebida mantiene una acidez marcada en boca. “Nos han visitado sommeliers, chefs y expertos que se sorprenden con este producto”, comentan las hermanas sobre sus botellas que recibieron reconocimientos en 2002 y 2004 por los World Wine Awards.
“Hay personas que se asombran con Chaupi: por las dos o tres cosechas anuales, por los productos que obtenemos y por el hecho de que todo ocurre en Quito. Ambas hermanas, buscan posicionar a la estancia como un destino turístico que impulse la producción en el país y, por supuesto, que acerque a más personas a la pasión por el vino. (I)