Brillantes, gigantes, sutiles o deslumbrantes. Los accesorios usan un lenguaje que, si se emplea correctamente, comunica identidad, emociones y hasta memorias. Aunque la ropa sea sencilla, los accesorios adecuados pueden transformar por completo la expresión de quien los lleva. La humanidad los ha utilizado desde siempre. Sus primeros indicios se remontan al Paleolítico, cuando recogíamos conchas, caracoles, huesos, dientes de animales o piedras. Con estos materiales se creaban collares, pulseras y amuletos que, además de ser decorativos y simbólicos, se consideraban protectores.
Hoy nos enfrentamos con una producción masiva y una gran variedad de opciones. Pero ¿cómo elegir la pieza perfecta que, más que combinar con nuestro atuendo del día, hable por nosotros? Para Verónika Salomón, diseñadora de joyas y cofundadora de Martalía, los accesorios no son un plus ni un simple acompañante. Son tus interlocutores, aquellos que lo dicen todo sin palabras.
Hace 13 años, junto a su madre Marta Lía Sánchez, orfebre y diseñadora, dio vida a esta joyería en Guayaquil, donde fusiona el arte de su progenitora con sus conocimientos en gemología. Así nació un estilo distinto de crear piezas: de adentro hacia afuera. “Fue una propuesta disruptiva para todo lo que se ofrecía en ese momento: la alta joyería carísima o la bisutería baratísima que se dañaba en tres días. Martalía fue ese in between que abrió un mercado nuevo, y revalorizó la artesanía y el arte de trabajar con las manos. Queremos honrar el tiempo, las colecciones exclusivas son lo único en un mundo que busca masa y tendencias”.
El negocio, que maneja junto a su madre y su hermana, busca resaltar la individualidad a través de cuatro líneas de joyería: daily, luxury, contemporánea y vintage; todo bajo el eje de la sostenibilidad. “La redefinición del lujo no es un diamante perfecto, sino la coherencia de que lo que estoy usando perdure en el tiempo y pueda pasar de generación en generación, con el menor impacto posible”.
Gracias a esta columna vertebral, con un toque verde, Martalía ha experimentado con materiales inusuales: desde tetra pak y cartón hasta aluminio, plástico o desechos electrónicos, además de trabajar con oro y plata reciclados. Esta propuesta también llamó la atención internacional, lo que les permitió participar en la plataforma de sostenibilidad de la New York Fashion Week en 2020.
Uno de los servicios que más se destaca es el rediseño de joyas, donde prima la relación con cada persona. Escuchan a sus clientas, quienes llevan piezas viejas, dañadas o con historias difíciles, para transformarlas. “Replanteamos, repensamos, redefinimos y rediseñamos junto a ellas una nueva historia”. Existen casos como el de una mujer que llegó con su anillo de compromiso, un recuerdo doloroso que buscaba vender. Tras una asesoría, decidieron resignificarlo: transformar el dolor en amor. El compromiso ya no era con una relación, sino con ella misma y con sus dos hijas, representadas con zafiros. “Esta es la esencia natural de que no es lo que el diseñador quiere imponer, sino con lo que la persona conecta”.
También llevan a cabo estas consultorías en los pedidos personales, lo cual suma un valor significativo a la obra final. “Es un diálogo de creación. Eso hace que las joyas hablen. Es cristalizar con el sentimiento y la emoción”, comenta la diseñadora. Martalía evita la producción en masa. “Queremos que las cosas sean finitas. Por eso creamos piezas únicas e irrepetibles. Cada collar tiene su propia energía, su propio nombre, y eso no se encuentra en muchos lugares”. Ese mismo espíritu lo plasmó en su última colección dentro de su línea de joyería contemporánea llamada “Telómeros”.
Ese nombre es atribuido a las secuencias repetitivas del ADN. Elaborada con cables eléctricos forrados en PVC, consta de solo 10 piezas únicas, donde resaltan los colores vibrantes y la forma singular en que los cables se mueven para formar curvas. La colección, de acuerdo con ella, explora el tema artístico y expresivo. “Trasciende el material. Es la historia que quiero contar a través de los accesorios”. La diseñadora también trabaja con elementos de la naturaleza y piedras minerales, procurando mantener lo “perfectamente imperfecto”. El sea glass, o vidrio del mar, es uno de los más representativos: fragmentos desgastados y pulidos por el agua, la arena y el tiempo, que se transforman en creaciones únicas y portables.
Mientras en Guayaquil Martalía resignifica materiales y memorias, en Colombia otra diseñadora recorre un camino similar. Nati Hoyos Studio (antes Ícara) es una marca colombiana que se especializa en el trabajo con material reciclado, con creaciones y cuadros de arte que impactan y generan conversaciones. Inició en 2018, tras su preocupación por la relación entre ciertos desechos y enfermedades como el cáncer.
Desde entonces, recolecta plástico PET, botellas, platos, utensilios, tapas y retales textiles para darles nueva vida. De una sola botella puede obtener hasta 20 flores, que luego pinta y recubre con hojillas de oro. “Mis manos convierten estos elementos en arte, joyas y espacios con alma. Diseño estas piezas como jardines y no solo reciclo materiales, también ideas, emociones y memorias. Creo desde lo que ya fue, para darle una nueva forma de florecer”, expresa Hoyos.
Según esta artista, casi siempre su clientela no logra reconocer que lo que tiene en sus manos fue en su momento un elemento reciclado. Su propuesta le permitió participar en 2019 en el Stitch Lab Miami, una plataforma que impulsa a diseñadores emergentes y que le abrió puertas a nivel internacional. Hoy, además, ofrece asesorías personalizadas en las que analiza el look, los colores y las emociones de cada cliente para crear piezas que verdaderamente hablen por y de ellas.
Es decir, los accesorios siguen siendo parte esencial de nuestras vidas. Para Salomón, aunque las piedras preciosas continúan marcando el valor de muchas creaciones, cada vez cobra mayor importancia la historia detrás de la pieza. “Sí, sigue siendo un punto que define el valor de una joya, pero también depende de lo que el consumidor considere valioso”. En palabras de Hoyos, “puede que no sea oro ni diamantes, pero es algo que transforma el mundo, que dura 200 años y tiene un mensaje”.
Ambas diseñadoras coinciden en que la clave está en equilibrar tendencia y permanencia: que la pieza comunique lo que queremos decirle al mundo. ¿Qué quieres que permanezca en el tiempo? ¿Qué te hace sentir lo que te pones y por qué? Todo siempre desde la energía, porque, cuando el diseño, la sostenibilidad y la memoria se cruzan, los accesorios dejan de ser simples adornos para convertirse en cápsulas de historias e ideales que, por fin, hablan. (I)
Esta nota se publicó en la primera edición impresa de Harper's BAZAAR Ecuador.