Juan Carlos Salazar siempre sintió una atracción por el arte. Nació en Ibarra y creció en el barrio de Turubamba, en Quito. De niño quedaba fascinado al ver a sus hermanas arreglarse para salir. Era el noveno hijo y pasaba horas revisando revistas y dibujando sobre las portadas, agregando pestañas a las modelos. Aunque su interés apuntaba hacia lo artístico, decidió estudiar Administración de Empresas de Turismo.
“Era un momento distinto en el país. Hace 30 años había muchos prejuicios, entonces salir del colegio y estudiar arte no era bien visto por la familia”.
Apasionado también por los viajes, decidió en 1995 –en su segundo año de carrera– viajar a Bruselas, pagándose su propio pasaje. Lo que comenzó como una estadía de tres meses se convirtió en una reconfiguración total de su vida. En aquel país europeo fue admitido en una de las escuelas de diseño de moda más famosas del mundo, La Cambre, pero el costo impidió su ingreso y se formó en traducción e interpretación. Consiguió una vacante como asistente consular en la Embajada de Ecuador y en una cadena de hoteles, pero nada terminaba de encajar.
"Iba deprimido. Trabajaba, pero no sabía por qué. Mi vida no tenía sentido, simplemente era ganar plata y seguir viviendo. Llegué a un punto que me botaron del hotel por un error grave y rechacé la propuesta que me hicieron en la Embajada". Hubo un quiebre –relata Salazar–. No sabía qué hacer, pero la respuesta llegó tras una conversación con una amiga, que era estudiante de arte dramático. “Te gustan los dibujos, te pasas en galerías de arte y viendo cosas de moda. ¿Por qué no haces maquillaje?”, le inquirió, motivándolo a estudiar lo que realmente amaba.
Salazar nunca había tenido en sus manos una brocha o unas sombras. A pesar de la desaprobación de sus padres y –ya con 31 años– se presentó a la escuela que su amiga le recomendó. El director dudó su admisión al considerar su edad, pero en el momento que hablaron sobre Salvador Dalí, uno de sus pintores favoritos, el brillo en sus ojos fue el empujón que necesitaba. ¡Lo aceptaron!
Empezó en octubre de 2002. Trabajaba por la mañana para pagar sus estudios, asistía a clases por la tarde y por las noches iba a prácticas al teatro. Durante seis meses, colaboró con fotógrafos amateurs y acumulaba experiencia maquillando a sus vecinas. A los tres meses, aplicó para la Ópera Real de Bruselas y fue admitido. En 2005 inició esa trayectoria que lo llevaría desde los escenarios del teatro hasta las pasarelas más exclusivas del mundo.
Después ingresó a las filas de la marca Make Up For Ever, que le permitió viajar a París y Estados Unidos donde se radicó durante tres años. Tras un accidente en 2016 donde se rompió su pierna, decidió regresar a su hogar, Bruselas. Tomó otra decisión audaz: le escribió a uno de sus ídolos en la industria, Pat McGrath, que había conocido previamente, para pedirle una oportunidad. “Me dijo que vaya a una prueba, pero obviamente no podía por mi pie. Son esas cosas que piensas que nunca se pueden cumplir”.
La conversación quedó en pausa. Tras su recuperación, Salazar se introdujo más en el mundo de la moda con Peter Philips, director artístico de Dior Makeup, con quien permaneció por un año. Luego, volvió a contactar a Pat y recibió la misma respuesta. Debía hacer una prueba en el desfile de Valentino o el de Givenchy.
Este ibarreño eligió el primero y maquilló a tres modelos de tonos de piel diferentes. En sus palabras, lo más difícil fueron los retoques en los bastidores por el caos y la presión. Cuando terminó, Pat le dijo: “te quiero en todos mis desfiles”. Se volvió parte de su equipo central y desde ese momento su vida está llena de semanas de la moda, viajes y proyectos con artistas como: Lenny Kravitz y Kendall Jenner.
¿Cómo es este mundo? Salazar, con una sinceridad que se refleja en sus ojos, reconoce que es indispensable entender que esta industria puede parecer frívola, pero en realidad te ayuda a expresar ideas, conceptos y a tener tu propia voz. Otro aspecto importante son las historias que las casas de Alta Costura quieren transmitir a través de sus colecciones: “Dolce & Gabbana siempre va a ser una mujer femme fatal. Stella McCartney va a ser una persona más rebelde. Antes Versace, con Donatella, era un poco más atrevida. Miu Miu siempre es alternativa…”.
Él se describe como técnico artístico más que maquillador. “Mi estilo es así, hay ocasiones en donde nada tiene que ver el arte, sino únicamente la técnica para resolver ciertos problemas”. Le gusta jugar con colores primarios y audaces para looks más pictóricos.
Hoy compagina su vida en Bruselas con su proyecto de enseñanza en Ecuador. En 2018, fundó The Makeup Faculty para dar capacitaciones a profesionales. Empezaron con eventos de más de 100 asistentes y ahora ofrece sesiones privadas para tener una mejor atención. “Quiero dar al país lo que he aprendido”.
Para cerrar la entrevista, le pregunto qué significa el maquillaje para él: “Siento que es un medio para aceptarte y protegerte. Te da valor y te empodera. En mi vida, definitivamente, fue un salvavidas”. (I)