¿Qué entendemos por lujo? Este concepto nos acompaña por siglos y está vinculado con la exclusividad y la distinción social. Proviene del latín luxus, que significa “exceso”. Sin embargo, al ser exactamente un concepto, ha transmutado dependiendo de la comunidad, del país y del momento del que estamos hablando. Ahora el lujo en las pasarelas y la moda se inclina hacia las experiencias, la conexión emocional y el conocimiento de cuáles fueron las manos que confeccionaron cada costura que llega a las nuestras.

El proceso de compra para cada amante de la moda es distinto. Para muchos, un ritual, una hazaña, una aventura... en donde se busca obtener piezas que comuniquen nuestra personalidad y el mensaje que queremos transmitir al mundo. Nos fijamos en tallas, colores, textiles, cortes y, por supuesto, en la marca que aparece en la etiqueta. Algunas serán más sofisticadas, con detalles únicos. Otras pasarán inadvertidas y las que dejan una marca son las que cuentan una historia.

Las de Lía Padilla, marca homónima de la diseñadora quiteña, son inusuales. Más grandes de lo habitual y con información que va más allá de la talla, el precio o los cuidados de la prenda. Tienen identidad. Reflejan las manos que le dieron vida y muestran nombres como Ximena, Lía o Silvana. También revelan el tiempo exacto invertido, horas o minutos, y hablan por sí mismas del trabajo detrás de cada “obra maestra”.

Esta práctica es una rareza. El fast fashion, con su impacto masivo y controvertido, ha roto el vínculo entre marcas y consumidores, borrando ese ritual de compra que alguna vez fue significativo para ambos. Se ha convertido en un verdadero lujo conocer lo que hay detrás: los rostros y las historias de quienes forman parte del proceso.

Padilla creó su marca de alta costura en 2017 y abrió su empresa en 2023, con una estructura horizontal y un objetivo social. Desde sus inicios, brindó tratos justos a las personas que trabajan con ella y, por supuesto, hace visible cada uno de sus esfuerzos. Cuando hablamos de sus famosas etiquetas, ella explica que es un esfuerzo que han realizado, aunque muchas veces se cuestiona si vale la pena seguirlas produciendo. “En la práctica ese trabajo de llenar a mano es tiempo que cuesta dinero. El otro día yo decía: ‘Creo que vamos a quitarlas’. Pero una de las chicas me respondió que justamente una clienta nos compra básicamente por eso. Hay gente que lo aprecia”.

Al interior del taller existieron dudas. Las mujeres confeccionistas no entendían el sentido de firmar cada tarjeta tras terminar la confección. “Decidimos mantenerlas porque la idea es visibilizar todo el proceso. Me encantaría que todos los involucrados grabaran su nombre, incluso marketing y comercial, porque el diseñador no trabaja solo”. Para ella, su taller es el corazón de la marca. Lleva a los clientes interesados en un tour para que puedan conocerlo. Su proyecto también involucra la cocreación y mantiene alianzas con cinco comunidades del país (Salasaca, Saraguro, Cayambe, Cofán y Zápara); en cada una destaca la simbología y los materiales que forman parte de su historia.

Alejandra Salas, docente y periodista de moda ecuatoriana, explica que estos procesos generan una conexión emocional distinta entre el consumidor, la marca y los artesanos. “La transparencia siempre va a llamar, es una forma emocional. Esta narrativa de decirte yo sé quién hizo mi prenda crea un vínculo emocional inmediato con la persona que está detrás. Por ejemplo, a mí me pasó muchísimo con las etiquetas de Lía Padilla”.

Esta trazabilidad no es exclusiva de nuevas marcas. Forma parte del ADN de íconos como Olga Fisch, la reconocida tienda con 82 años de trayectoria, que lleva el nombre de la artista húngara que la fundó. La marca trabaja con más de 300 artesanos y 27 familias. En junio de este año, presentó su primera colección de ropa de la mano de Martín Across como director creativo. “Ethereal Roots”, en palabras de la gerente Bernarda Polanco, fusiona historia y modernidad, y celebra la migración y la resiliencia de las mujeres.

La colección incluye 70 piezas, entre vestidos, pantalones, sacos y básicos, inspiradas en artefactos del extenso archivo de obras de Olga Fisch. Asimismo, rinde homenaje al trabajo de Gloria Anhalzer, sobrina de Fisch y abuela de Polanco, y resalta la importancia de las creaciones comunitarias. 

“Nos interesa mucho que ellos sigan haciendo lo que hacen perfecto, que no se muera la identidad del ecuatoriano”.

El 70 % de esta línea fue trabajada con cinco talleres de mujeres cabezas de familia. Siguiendo la misión de la tienda, el lanzamiento de la marca de ropa busca que la gente pueda…

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