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El jazz cumple 20 años en Quito: irreverente, diverso y profundamente nuestro

Quito vibra en septiembre con la vigésima edición del festival Ecuador Jazz. Con escenarios abiertos, charlas académicas e invitados de países como Estados Unidos, Cuba, Brasil y Senegal, el Teatro Nacional Sucre propone un encuentro donde el público marca el compás y el jazz dialoga con la cultura.

Por Emilia Palacios Mosquera

¿A qué sabe el jazz ecuatoriano? ¿A un postre dulce o a un plato salado que se disfruta a fuego lento? ¿Será una mezcla de ambos, con sabores que sorprenden en cada bocado? Para Anabel López Carvajal, coordinadora del Teatro Nacional Sucre, este género es como un dulce de leche. “A mí no me empalaga, puedo seguir comiendo todo lo que quiera”, dice entre risas. Ella confiesa que, en un principio, no era fan del jazz, pero gracias a su trabajo descubrió este mundo amplio de la improvisación y la versatilidad.

Hoy, López coordina la edición del Ecuador Jazz que celebra dos décadas, como resultado del desarrollo de la escena local. “Es la entrada a la adultez, a despojarte de la niñez, de lo que te imponían, de lo que te decían… es esa búsqueda de un camino individual. Para nosotros, es un momento donde dejas de verte y empiezas a ver”.

El evento nació en 2004 en las manos de Julio Bueno, antes Director de la Fundación Teatro Nacional Sucre, para difundir y compartir el género. En su momento, eran dos actividades divididas, una netamente académica y otra que llevaba la música y la improvisación a las calles. Tras 20 años (ya que en 2020 no se realizó) este evento se ha transformado, alimentándose de distintas raíces ecuatorianas. Influenciados por los sonidos afro –en esta edición– se presentarán 11 artistas, de los cuales cinco son internacionales, algunos ganadores de premios Grammy, y seis son nacionales.

López lo califica como un festival irreverente: rebelde frente a las normas rígidas que en algún momento impuso la Academia. Esta actitud lo convierte en un espacio provocador que conserva su esencia de comunicar resistencia, un hilo narrativo vigente en toda su historia. La coordinadora explica que el género “nació en comunidades afroamericanas y bañó a todo el mundo. Cada continente y cada país tuvo sus propias traducciones para entenderlo, pero siempre transmitió esa energía liberadora”.

En el caso de Ecuador llegó en los años 20 dentro de las aulas de la Sociedad Filarmónica del Guayas, donde se creó el primer grupo del país llamado “Jazz Band”. Desde ese momento, este estilo ha coqueteado con distintos ritmos andinos característicos de la región, como el sanjuanito, el pasillo, el albazo y el danzante.

Esa herencia se escucha también en proyectos contemporáneos como Manteca Latin Jazz, una agrupación que dio ese giro irreverente al género, pero con sabor ecuatoriano. Nació en 2021 bajo la mano de Geovana Badaraco (contrabajista) y Raúl Chávez (multipercusionista), con un objetivo: “tocar un latin jazz que represente ese carácter latino, explorando nuestra ecuatorianidad”.

Manteca Latin Jazz Project realizó una gira en 4 ciudades en 2025 /
Manteca Latin Jazz realizó una gira en cuatro ciudades en 2025 / cortesía.

Así su propuesta se construye desde el minimalismo dentro de la categoría, para que luego la colaboración con otros músicos dé lugar a presentaciones únicas. “Nosotros intentamos llevar la bandera ecuatoriana dentro de la corriente y que todos los elementos coexistan de forma armónica, sin aplacarse los unos a los otros, porque llega un punto donde se puede diluir esa idea y se opacan. Tratamos de mantener ese equilibrio entre jazz, música latina y perspectiva ecuatoriana”, indica el percusionista.

En el caso de la inclusión del pasillo, Chávez, uno de los primeros en el país en hacer este tipo de sets en la percusión, señala que existe un trabajo metódico detrás para que ambos ritmos puedan hablar melódicamente. “Ahí es donde viene la parte matemática. Nos sentamos a buscarle, darle la vuelta, cómo los dos pueden coexistir, probar fórmulas rítmicas, donde la célula característica del ritmo andino pueda aparecer”.

El dúo colaboró con artistas nacionales –como Francisco Echeverría– e internacionales. Para ellos, cada presentación se convirtió en un espectáculo único e irrepetible; que hizo a su público bailar, llorar o simplemente disfrutar de la experiencia. 

“La gente normalmente veía el jazz como música decorativa, de ascensor, pero con Manteca Latin Jazz nos pasó totalmente lo contrario. Para nosotros no es un proyecto bailable en sí, pero tiene ese sabor que conecta”, dice Badaraco.

El público también es un actor fundamental para el festival de este año. López indica que es una “prioridad institucional ponerlos en el centro. Está bien programar para ellos, pero queremos saber qué les gustaría ver en el escenario”. Esa visión se traduce en actividades como conciertos didácticos para niños en Calderón, residencias y micrófonos abiertos con premios –que van desde sesiones grabadas hasta la posibilidad de participar en la siguiente edición–. Con ello, los espectadores pasan de ser oyentes a protagonistas que ayudan a definir los nuevos sabores del jazz.

“Muchas veces pensamos que este género es para un nicho muy pequeñito, pero hoy convoca e invita. Precisamente, por esta decisión de no ir en línea recta, sino de darse la posibilidad y la libertad de rozarse y coquetear con otro tipo de estilos. Llama a gente nueva, públicos que antes no se veían. Las artes en general son para todo el mundo”, reflexiona López.

Según los entrevistados, el jazz ecuatoriano tiene un futuro prometedor, que se construye con cada involucrado en la escena y con un sabor exótico. “Un plato que tiene muchos elementos como una fanesca o una bandera”, comentan los artistas del dúo. Es algo difícil de explicar pero que, cuando lo pruebas, genera una sensación que te invita a más. Así suena el jazz ecuatoriano: irreverente, diverso y profundamente nuestro. (I)

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